Gustavo González-Calvo, profesor: "Las políticas neoliberales en el aula han hecho de la educación un bien de consumo"
Este profesor, que ha pasado por primaria, secundaria y la universidad, analiza en un estudio cómo los valores individualistas han cambiado la percepción social sobre los docentes, su relación con la enseñanza y a los propios enseñantes: "Sentimos que somos más burócratas que educadores" El cambio de enfoque de las empresas que se meten en la educación: de ofrecer recursos para el aula a modelar políticas El neoliberalismo ha tomado la educación. A partir de esta premisa, compartida por muchos docentes, y de la visión global de conjunto que le da haber impartido clase en primaria, secundaria y la universidad, el profesor Gustavo González-Calvo explora en su estudio Teacher Identity and Neoliberalism: An Auto-Netnographic Exploration of the Public Education Crisis (Identidad docente y neoliberalismo: una exploración auto-netnográfica de la crisis de la educación pública) los efectos que estos valores no tan nuevos tienen sobre el sistema educativo y sobre los docentes. González-Calvo –actualmente profesor del departamento de Didáctica de la Expresión Corporal en la Universidad de Valladolid–reflexiona sobre el paso de un sistema que era colaborativo y centrado en la relación alumno-profesor a otro individualista, en el que se concibe la educación como un bien de consumo y en el que cada vez se exige más a los docentes a la vez que se les quitan más medios. Aunque la tendencia venía de más atrás, continúa, la pandemia fue un punto de inflexión que cambió en cierta manera la mirada de la sociedad sobre los docentes. Y todas estas tendencias, asegura en base a su experiencia, están alejando de las aulas a los profesionales, que no reconocen ya el sistema en el que empezaron a trabajar. ¿Cómo ha cambiado la educación desde que entró en la docencia? La educación ha cambiado profundamente en estos años, tanto en el ámbito estructural como en el mío personal. Al principio de mi carrera la enseñanza se basaba en la interacción personal, la conexión directa con los estudiantes. Era evidente el empeño del profesorado en tener unas relaciones significativas en el aula y los docentes teníamos la sensación de que nuestro trabajo era enseñar cosas que mereciera la pena ser aprendidas. Hoy estas dinámicas se van eclipsando, en gran medida por la burocratización, las métricas de rendimiento, la aceleración tecnológica. Tenemos la impresión de que somos más burócratas que educadores. Ser profesor hoy es remar contra corriente en un sistema que no valora la educación Uno de los cambios más notables es la creciente presión administrativa que sentimos. Hacemos tareas que antes eran secundarias y ahora tienen un protagonismo desmedido y restan tiempo a nuestra labor, que es enseñar. La irrupción de las políticas educativas neoliberales ha transformado la educación en un bien de consumo. Ahora el estudiante es más un cliente y la escuela una identidad que compite en un mercado. Esto lleva a que tengamos la impresión de que cada vez somos menos autónomos en nuestra labor, que tenemos que atender requerimientos que vienen de fuera. ¿Cuándo diría que comenzó todo este proceso? En los últimos años ha sido evidente esta presión y carga burocrática. Creo que la pandemia ha sido un punto de inflexión. Entraron con fuerza las tecnologías de la comunicación, las exigencias burocráticas... El profesorado parece que se veía en la obligación de demostrar que realmente estaba trabajando en casa. Eso fue un disruptor para que muchos docentes se plantearan abandonar la docencia en cuanto pudieran, aunque les gustara. Los profesores tenemos la sensación de que estamos en el punto de mira, de que es una profesión infravalorada en la que priman valores que poco tiene que ver con la democracia y el bien común que deben primar en la escuela pública ¿Este desencanto con la profesión está muy presente en la conversación docente, según su experiencia? Creo que sí. Mi compañera es profesora en Secundaria también y el estudio que elaboré se articula en torno a una conversación con un profesor jubilado, pero podrían ser muchos otros. Yo hablo con compañeras y compañeros a los que, gustándoles la enseñanza y pudiéndose jubilar con 65-70 años, han decidido dejarlo lo antes posible. Esto es una señal de que algo ha cambiado. Estas compañeras recuerdan con nostalgia sus inicios, cuando la docencia tenía un carácter más humano, más centrado en las relaciones significativas entre maestro y alumnado, más conectado con las realidades del aula. La gente es consciente, por lo menos el profesorado a pie de aula, de que tenemos una continua demanda de ser evaluados. Se habla mucho de esto, de cómo evaluarnos, de si estamos bien formados, de si hace falta un MIR docente. Todo esto lleva a esa sensación de que estamos en el punto de mira, de que es una p
Este profesor, que ha pasado por primaria, secundaria y la universidad, analiza en un estudio cómo los valores individualistas han cambiado la percepción social sobre los docentes, su relación con la enseñanza y a los propios enseñantes: "Sentimos que somos más burócratas que educadores"
El cambio de enfoque de las empresas que se meten en la educación: de ofrecer recursos para el aula a modelar políticas
El neoliberalismo ha tomado la educación. A partir de esta premisa, compartida por muchos docentes, y de la visión global de conjunto que le da haber impartido clase en primaria, secundaria y la universidad, el profesor Gustavo González-Calvo explora en su estudio Teacher Identity and Neoliberalism: An Auto-Netnographic Exploration of the Public Education Crisis (Identidad docente y neoliberalismo: una exploración auto-netnográfica de la crisis de la educación pública) los efectos que estos valores no tan nuevos tienen sobre el sistema educativo y sobre los docentes.
González-Calvo –actualmente profesor del departamento de Didáctica de la Expresión Corporal en la Universidad de Valladolid–reflexiona sobre el paso de un sistema que era colaborativo y centrado en la relación alumno-profesor a otro individualista, en el que se concibe la educación como un bien de consumo y en el que cada vez se exige más a los docentes a la vez que se les quitan más medios. Aunque la tendencia venía de más atrás, continúa, la pandemia fue un punto de inflexión que cambió en cierta manera la mirada de la sociedad sobre los docentes. Y todas estas tendencias, asegura en base a su experiencia, están alejando de las aulas a los profesionales, que no reconocen ya el sistema en el que empezaron a trabajar.
¿Cómo ha cambiado la educación desde que entró en la docencia?
La educación ha cambiado profundamente en estos años, tanto en el ámbito estructural como en el mío personal. Al principio de mi carrera la enseñanza se basaba en la interacción personal, la conexión directa con los estudiantes. Era evidente el empeño del profesorado en tener unas relaciones significativas en el aula y los docentes teníamos la sensación de que nuestro trabajo era enseñar cosas que mereciera la pena ser aprendidas. Hoy estas dinámicas se van eclipsando, en gran medida por la burocratización, las métricas de rendimiento, la aceleración tecnológica. Tenemos la impresión de que somos más burócratas que educadores.
Ser profesor hoy es remar contra corriente en un sistema que no valora la educación
Uno de los cambios más notables es la creciente presión administrativa que sentimos. Hacemos tareas que antes eran secundarias y ahora tienen un protagonismo desmedido y restan tiempo a nuestra labor, que es enseñar.
La irrupción de las políticas educativas neoliberales ha transformado la educación en un bien de consumo. Ahora el estudiante es más un cliente y la escuela una identidad que compite en un mercado. Esto lleva a que tengamos la impresión de que cada vez somos menos autónomos en nuestra labor, que tenemos que atender requerimientos que vienen de fuera.
¿Cuándo diría que comenzó todo este proceso?
En los últimos años ha sido evidente esta presión y carga burocrática. Creo que la pandemia ha sido un punto de inflexión. Entraron con fuerza las tecnologías de la comunicación, las exigencias burocráticas... El profesorado parece que se veía en la obligación de demostrar que realmente estaba trabajando en casa. Eso fue un disruptor para que muchos docentes se plantearan abandonar la docencia en cuanto pudieran, aunque les gustara.
Los profesores tenemos la sensación de que estamos en el punto de mira, de que es una profesión infravalorada en la que priman valores que poco tiene que ver con la democracia y el bien común que deben primar en la escuela pública
¿Este desencanto con la profesión está muy presente en la conversación docente, según su experiencia?
Creo que sí. Mi compañera es profesora en Secundaria también y el estudio que elaboré se articula en torno a una conversación con un profesor jubilado, pero podrían ser muchos otros. Yo hablo con compañeras y compañeros a los que, gustándoles la enseñanza y pudiéndose jubilar con 65-70 años, han decidido dejarlo lo antes posible. Esto es una señal de que algo ha cambiado. Estas compañeras recuerdan con nostalgia sus inicios, cuando la docencia tenía un carácter más humano, más centrado en las relaciones significativas entre maestro y alumnado, más conectado con las realidades del aula.
La gente es consciente, por lo menos el profesorado a pie de aula, de que tenemos una continua demanda de ser evaluados. Se habla mucho de esto, de cómo evaluarnos, de si estamos bien formados, de si hace falta un MIR docente. Todo esto lleva a esa sensación de que estamos en el punto de mira, de que es una profesión infravalorada en la que priman valores que poco tiene que ver con la democracia y el bien común que deben primar en la escuela pública.
Como mencionaba, su estudio se articula en torno a una conversación con un profesor jubilado. ¿Qué le llamó más la atención de lo que le dijo?
Fundamentalmente el desánimo. Una de las preguntas que le hice a él y le he hecho a otros compañeros es si echan de menos la docencia. Y es curioso que enseguida me responden que no, que no echan nada en falta de lo que tiene que ver con la profesión. Sí echan en falta esa relación cercana con el alumnado, poder trabajar con otras personas, la impresión de que quizá estás haciendo algo importante para la sociedad y el futuro de estos niños y niñas. Los últimos años han estado tan cargados de estrés que parece que estaban deseando dejar la profesión cuanto antes.
Habla del impacto del neoliberalismo en la educación. ¿En qué se concreta?
Se concreta en muchas dimensiones que transforman la escuela pública y la manera en la que entendemos y concebimos la enseñanza. Una de las manifestaciones más evidentes es que las escuelas y universidades públicas se están viendo obligadas a operar en lógicas de mercado.
Yo he trabajado en alguna escuela pública que competía con otras a ver cuál conseguía más alumnado. Un enfoque capitalista puro y duro. Se priorizan las métricas de rendimiento del profesorado, la concepción del alumnado más como un cliente que como el sujeto del proceso de enseñanza...
Se ha impuesto una hiperresponsabilidad a los docentes. Se espera que asumamos una carga cada vez mayor, pero sin los recursos ni los medios necesarios. Se restan medios económicos y humanos, pero cada vez hay más demandas. Esto está generando estrés, un síndrome del profesor quemado
Se habla mucho de la “libertad” de elegir centros, que recuerda a ciertos valores neoliberales. Las medidas de control del profesorado o la burocratización que he mencionado son lógicas mercantilistas que dejan de lado la calidad educativa. Dar cabida a estos sistemas supone que el lucro, las relaciones comerciales, van a regir la educación y la ciencia en beneficio de unos pocos.
¿Y sobre el profesorado?
La hiperresponsabilidad que se ha impuesto a los docentes. Se espera que asumamos una carga cada vez mayor, y sin los recursos necesarios. Se restan medios económicos, humanos, pero cada vez hay más demandas. Esto está generando estrés, un síndrome del profesor quemado que hace que nos sintamos alienados de nuestra verdadera labor, que es acompañar el desarrollo integral de los estudiantes. El neoliberalismo como esencia fomenta una cultura muy individualista.
Si la docencia hace años era algo en lo que podías relacionarte con los compañeros, establecer nexos, ahora es una profesión individualista que debilita. Estos mensajes insisten mucho en que el éxito educativo depende mucho del esfuerzo por parte del alumnado. Esto ignora las desigualdades estructurales que afectan a estudiantes y docentes. No es lo mismo ser uno u otro en un contexto pobre o rural que en un entorno rico o urbano. Esto dificulta crear entornos solidarios, de apoyo mutuo, que son esenciales si se busca una educación transformadora, equitativa, de calidad y sobre todo pública.
Y en medio de toda esta lógica aparecen los 'influencers' educativos. ¿Qué efectos tienen en el profesorado?
Han proliferado mucho. También los premiados por entidades bancarias (Banco Santander, Abanca) o tipo Google. Han adquirido un papel cada vez más relevante en el panorama educativo. Tienen muchísima voz y utilizan el altavoz que les dan las redes. Su impacto en el profesorado es evidente y tiene consecuencias positivas, no hay que demonizarlo todo, pero también negativas.
Positivas: pueden servir como referentes o inspiradores cuando comparten estrategias pedagógicas, recursos innovadores, experiencias profesionales que pueden enriquecer la práctica educativa. Pero en muchos casos promueven una visión muy idealizada de la docencia y no reflejan las complejidades del aula.
A menudo se transmite la idea de que cualquiera puede opinar de la educación. Como todos fuimos alumnos, todos sabemos qué es ser profesor. Esto lleva a que voces expertas se invisibilizan y se minimizan
Es difícil ver a estos influencers trabajar en escuelas de difícil desempeño, rurales o con pocos recursos. Esto genera presión en el profesorado, podemos vernos tentados de compararnos con estas figuras, sentir que no estamos haciendo suficiente o nuestros esfuerzos no son válidos si no alcanzan un nivel de visibilidad. Esta mercantilización de la identidad profesional refuerza la idea de que el profesorado lo que tiene que hacer es construir una marca personal y medir su éxito en el capital digital, el número de seguidores. Eso no es nuestra profesión. Tampoco podemos olvidar que los influencers educativos por lo general se alinean con los valores cercanos a este neoliberalismo y promueven esos valores de individualidad, capitalismo y lógicas de mercado.
¿Qué es el 'populismo educativo' del que habla en el estudio?
Es un fenómeno que surge de una percepción simplificada de qué es la educación, en ocasiones amplificada por las redes, medios y algunos discursos políticos. Lo que hace es presentar soluciones aparentemente sencillas y atractivas para resolver problemas complejos, y se ignoran las realidades multifacéticas del sistema educativo y las complejidades de familias y profesorado.
En el estudio trato de describir cómo el populismo educativo se manifiesta en varios frentes. Uno obvio es la trivialización de la labor docente. A menudo se transmite la idea de que cualquiera puede opinar de la educación, independientemente de su experiencia. Como todos fuimos alumnos, todos sabemos qué es ser profesor. Esto lleva a que voces expertas de los docentes se invisibilizan y se minimizan y nuestro trabajo se ve reducido a estereotipos, como que tenemos muchas vacaciones y hacemos una labor poco exigente.
Por otro lado, el populismo educativo fomenta políticas que apelan a valores emocionales, aspiraciones individuales como la libertad de elección de centro o el uso indiscriminado de tecnologías educativas, pero que nunca evalúan críticamente su impacto en la equidad, en la calidad, la inclusión, en la sostenibilidad del sistema.
Para el estudio ha analizado parte del debate educativo en la red, que en ocasiones es enconado y hasta violento. ¿Qué conclusiones saca?
La parte más positiva es que proporciona un acceso democratizado al debate educativo para toda la sociedad. Permite compartir ideas, expresar preocupaciones, fomentar el diálogo de profesores, maestros, familias o el alumnado. También refleja las tensiones inherentes al sistema educativo, y estas tensiones se intensifican siempre en el plano digital. Hay evidentes luchas y tensiones entre diferentes corrientes pedagógicas que se ven amplificadas y que con frecuencia adoptan un tono muy combativo.
Es un fenómeno estrechamente relacionado con la mercantilización de la educación porque fomenta la competitividad en lugar de la cooperación o el diálogo colectivo. Si quienes consumimos este tipo de contenido no lo hacemos con un enfoque crítico, facilitamos la difusión de ideas no fundamentadas pero muy atractivas a nivel popular.
Porque además estos debates encarnizados no reflejan lo que sucede en los claustros.
En las redes somos otras personas, un poco actores o actrices. Es improbable que haya estas luchas mediáticas en un claustro. Hacen más flaco favor a nuestra profesión que otra cosa. Al final es una profesión en la que yo de puertas adentro de mi aula hago lo que considero y no tengo por qué saber lo que hace mi compañero o compañera, y entonces ese diálogo no surge porque no hay un espacio para ello. Lo ideal sería buscar huecos para estas interacciones sociales.
¿Le recomendaría a su hijo ser profesor?
Trataría sobre todo de ser sincero con él y acompañarle en su decisión. Tengo un hijo de nueve años y muchas veces nos escucha hablar en casa de los problemas que encontramos los docentes. Ser profesor hoy es remar contra corriente en un sistema que no valora la educación como merece. Enfrentarse a una burocracia que sofoca, a unas políticas que no priorizan siempre el bien común, a un mundo que reduce la enseñanza a números y resultados.
En medio de eso, queda resistir y recordar que educar es un acto profundamente humano, un compromiso con las personas y la sociedad. Si mi hijo mostrara interés en esta profesión no lo desalentaría, que es algo que veo que hacen muchos maestros y profesoras jubiladas. Le hablaría de los retos, pero también de los instantes luminosos que nos recuerdan por qué nos dedicamos a esto.
Enseñar tiene su parte positiva y negativa, y ser profesor es más que enseñar una materia. Es tratar de aprender continuamente, de crecer con tus alumnos.