Cuando Marcial contó la extraña aparición de Lucrecia López en el lago Regatas, mi madre dejó caer con un escalofrío la palabra 'güercu'. Lucrecia era una paisana de Cudillero que había quedado viuda hacía añares de un robusto maestro mayor de obras y que tenía por costumbre jugar tute cabrero de igual a igual en la mesa de varones que fumaban y mataban el tiempo en un salón vidriado del Centro Asturiano de Buenos Aires. Mi madre era reacia a esos juegos de baraja y a esas endogamias de club, y mi padre no concebía la vida sin ese lúdico refugio de camaradas, donde los viejos inmigrantes hablaban minuciosamente de sus aldeas remotas y de las increíbles vueltas del destino....
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