Auschwitz y sus lecciones

'Política para supervivientes' es una carta semanal de Iñigo Sáenz de Ugarte exclusiva para socios y socias de elDiario.es con historias sobre política nacional. Si tú también lo quieres leer y recibir cada domingo en tu buzón, hazte socio, hazte socia de elDiario.es Ochenta años después de la liberación de Auschwitz, la mayoría de la gente tiende a relacionarlo con las cámaras de gas y la eliminación de más de un millón de seres humanos en ese campo, la inmensa mayoría de ellos judíos, para representar el Holocausto. Parece lógico, aunque hay un error de concepto en esa reflexión. La clave es pensar en antes de Auschwitz, en mucho antes, porque siempre hay un origen que es el que inicia el largo y tortuoso camino que culmina allí donde la vida de una persona ya no vale nada. Lo ha explicado en más de una ocasión el Museo Auschwitz, el guardián de la memoria del campo de exterminio. Lo ha vuelto a repetir estos días: “Auschwitz fue el final de un largo proceso. Debemos recordar que no comenzó con las cámaras de gas. Ese odio fue desarrollado gradualmente por seres humanos. Comenzó con ideas, palabras, estereotipos y prejuicios a través de la exclusión legal, la deshumanización y la violencia creciente… hasta el asesinato sistemático e industrial. Auschwitz llevó su tiempo”. Decenas de altos cargos europeos han asistido esta semana al acto oficial de la conmemoración. En ocasiones anteriores, sus discursos han estado llenos de referencias a la idea de que algo así nunca debería repetirse en Europa. Nunca más. Se les escucha mucho menos afirmar que no se deberían repetir las circunstancias que dieron lugar a Auschwitz y antes al ascenso de los nazis al poder. Porque a partir de ese instante, como plantea el mensaje del museo, quizá sólo sea cuestión de tiempo. Pocos días antes del aniversario, Elon Musk coronó los días de festividades por la toma de posesión de Donald Trump con un saludo nazi (o una muestra desbordante de alegría idéntica a un saludo nazi). No mucho después, el dueño de Twitter y Tesla participó por videoconferencia en un mitin de Alternativa por Alemania (AfD), el partido de extrema derecha al que los sondeos conceden la segunda posición con un 20% de los votos de cara a las elecciones de febrero. “Esta elección es extremadamente importante”, dijo Musk. “No estoy hablando a la ligera cuando digo que el futuro de la civilización podría estar en juego en estas elecciones”.  Todos los regímenes autoritarios prometen que su objetivo es salvar a la nación, con frecuencia de sí misma. No quieren todo el poder para mejorar la situación de la sanidad o la educación, para subir o bajar impuestos. La misión siempre es mesiánica encarnada en un líder o grupo de líderes y está destinada a tener éxito en favor de la nación. O de la civilización.  Al igual que en el pasado, algunos partidos, en general en la extrema derecha, anuncian alarmados que la civilización europea está en peligro. AfD lleva años diciendo que Alemania sufre “una invasión de extranjeros”. Lo mismo dice la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia y el Vox de Santiago Abascal en España. Cuando hablas de invasión, la intención es clara. Es imperativo desembarazarse como sea de esos extranjeros que ponen en peligro nuestros valores y estilo de vida. Si el mensaje racista no cala, se hace hincapié en el peligro que suponen para la seguridad ciudadana. Como si nunca hubiera existido el crimen hasta que llegaron esos inmigrantes. Han extendido en cada país la teoría racista de El Gran Reemplazo como una gran conspiración que hará que a los extranjeros de otras razas, fundamentalmente árabes musulmanes, se les abran las fronteras para que controlen el futuro del país o presten sus votos a la izquierda con el fin de derrotar a sus adversarios. Su presencia es un peligro en sí mismo. Algunos van más lejos y hablan de un cáncer. Y con los tumores, la opción no es otra que extirparlos de raíz.  La comparación de cualquier acontecimiento anterior o posterior con el Holocausto es inabarcable. Sus dimensiones arrollan y dejan sin capacidad para entender el nivel de sufrimiento de sus víctimas y del sadismo de sus asesinos. Siempre se ha dicho y con razón que no es comparable con nada, quizá porque nos interpela directamente como europeos. La lista de genocidios en la historia de la humanidad es muy larga. Quizá haya algo de arrogancia occidental en pensar que resulta inaudito que ocurriera algo así en un país europeo de notable avance cultural y social en pleno siglo XX. ¿Cómo pudo ocurrir en Europa y recibir el apoyo de gente que escuchaba música clásica o leía a los grandes maestros de la literatura? ¿No estábamos inmunizados ante la barbarie habitual en los países del Tercer Mundo? Lo mismo se dijo con idéntica perplejidad en los años 90 con las guerras de los Balcanes. Lo ocurrido en Ruanda, donde cerca de un millón de personas

Feb 2, 2025 - 15:08
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Auschwitz y sus lecciones

Auschwitz y sus lecciones

'Política para supervivientes' es una carta semanal de Iñigo Sáenz de Ugarte exclusiva para socios y socias de elDiario.es con historias sobre política nacional. Si tú también lo quieres leer y recibir cada domingo en tu buzón, hazte socio, hazte socia de elDiario.es

Ochenta años después de la liberación de Auschwitz, la mayoría de la gente tiende a relacionarlo con las cámaras de gas y la eliminación de más de un millón de seres humanos en ese campo, la inmensa mayoría de ellos judíos, para representar el Holocausto. Parece lógico, aunque hay un error de concepto en esa reflexión. La clave es pensar en antes de Auschwitz, en mucho antes, porque siempre hay un origen que es el que inicia el largo y tortuoso camino que culmina allí donde la vida de una persona ya no vale nada.

Lo ha explicado en más de una ocasión el Museo Auschwitz, el guardián de la memoria del campo de exterminio. Lo ha vuelto a repetir estos días: “Auschwitz fue el final de un largo proceso. Debemos recordar que no comenzó con las cámaras de gas. Ese odio fue desarrollado gradualmente por seres humanos. Comenzó con ideas, palabras, estereotipos y prejuicios a través de la exclusión legal, la deshumanización y la violencia creciente… hasta el asesinato sistemático e industrial. Auschwitz llevó su tiempo”.

Decenas de altos cargos europeos han asistido esta semana al acto oficial de la conmemoración. En ocasiones anteriores, sus discursos han estado llenos de referencias a la idea de que algo así nunca debería repetirse en Europa. Nunca más. Se les escucha mucho menos afirmar que no se deberían repetir las circunstancias que dieron lugar a Auschwitz y antes al ascenso de los nazis al poder. Porque a partir de ese instante, como plantea el mensaje del museo, quizá sólo sea cuestión de tiempo.

Pocos días antes del aniversario, Elon Musk coronó los días de festividades por la toma de posesión de Donald Trump con un saludo nazi (o una muestra desbordante de alegría idéntica a un saludo nazi). No mucho después, el dueño de Twitter y Tesla participó por videoconferencia en un mitin de Alternativa por Alemania (AfD), el partido de extrema derecha al que los sondeos conceden la segunda posición con un 20% de los votos de cara a las elecciones de febrero. “Esta elección es extremadamente importante”, dijo Musk. “No estoy hablando a la ligera cuando digo que el futuro de la civilización podría estar en juego en estas elecciones”. 

Todos los regímenes autoritarios prometen que su objetivo es salvar a la nación, con frecuencia de sí misma. No quieren todo el poder para mejorar la situación de la sanidad o la educación, para subir o bajar impuestos. La misión siempre es mesiánica encarnada en un líder o grupo de líderes y está destinada a tener éxito en favor de la nación. O de la civilización. 

Al igual que en el pasado, algunos partidos, en general en la extrema derecha, anuncian alarmados que la civilización europea está en peligro. AfD lleva años diciendo que Alemania sufre “una invasión de extranjeros”. Lo mismo dice la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia y el Vox de Santiago Abascal en España. Cuando hablas de invasión, la intención es clara. Es imperativo desembarazarse como sea de esos extranjeros que ponen en peligro nuestros valores y estilo de vida. Si el mensaje racista no cala, se hace hincapié en el peligro que suponen para la seguridad ciudadana. Como si nunca hubiera existido el crimen hasta que llegaron esos inmigrantes.

Han extendido en cada país la teoría racista de El Gran Reemplazo como una gran conspiración que hará que a los extranjeros de otras razas, fundamentalmente árabes musulmanes, se les abran las fronteras para que controlen el futuro del país o presten sus votos a la izquierda con el fin de derrotar a sus adversarios. Su presencia es un peligro en sí mismo. Algunos van más lejos y hablan de un cáncer. Y con los tumores, la opción no es otra que extirparlos de raíz. 

La comparación de cualquier acontecimiento anterior o posterior con el Holocausto es inabarcable. Sus dimensiones arrollan y dejan sin capacidad para entender el nivel de sufrimiento de sus víctimas y del sadismo de sus asesinos. Siempre se ha dicho y con razón que no es comparable con nada, quizá porque nos interpela directamente como europeos. La lista de genocidios en la historia de la humanidad es muy larga. Quizá haya algo de arrogancia occidental en pensar que resulta inaudito que ocurriera algo así en un país europeo de notable avance cultural y social en pleno siglo XX. ¿Cómo pudo ocurrir en Europa y recibir el apoyo de gente que escuchaba música clásica o leía a los grandes maestros de la literatura? ¿No estábamos inmunizados ante la barbarie habitual en los países del Tercer Mundo? Lo mismo se dijo con idéntica perplejidad en los años 90 con las guerras de los Balcanes.

Lo ocurrido en Ruanda, donde cerca de un millón de personas fue asesinada en unos pocos meses de forma obscenamente directa, básicamente con machetes y hachas, debería hacernos pensar que es un error creer que un genocidio puede ser un hecho único e irrepetible, una especie de anomalía histórica.

Edificios destruidos por los bombardeos israelíes en Yabalia, norte de Gaza.

En el último año, nos hemos visto obligados a afrontar el mismo debate después de contemplar la matanza ocurrida en Gaza. La represalia israelí por el ataque del 7 de octubre de 2023 ha adquirido un carácter de guerra de aniquilación contra la población civil. De los 47.000 muertos, una cifra inferior a la real, porque miles de cuerpos se encuentran sepultados por las ruinas, la mayoría son niños, adolescentes, mujeres y ancianos que no formaban parte de los combatientes de Hamás. Todo el norte de Gaza se ha convertido en una zona inhabitable, porque es sencillamente un mar de escombros. No lo dicen sólo las organizaciones de derechos humanos, sino también periodistas israelíes que han recibido permiso de su Ejército para visitarlo y hasta el enviado especial del Gobierno de Donald Trump.

Ha sido una guerra concebida no sólo para derrotar a Hamás, sino para que sea imposible la vida en amplias zonas de Gaza e impedir que se repita algo como lo que ocurrió el 7 de octubre. La intención última no es irrelevante, pero los medios utilizados para conseguirla y las consecuencias dramáticas tampoco lo son. Por eso, el Tribunal Penal Internacional, que no olvidemos que es una creación de los países occidentales, ha iniciado un procedimiento judicial por genocidio. Nadie lo habría cuestionado si los hechos hubieran tenido lugar en otra zona del planeta. Sólo es polémico porque afecta a las decisiones de los gobernantes de Israel, el Estado fundado para albergar a las víctimas del Holocausto por una decisión de la ONU en 1947. 

Todo esto confirma que no hay sociedad que sea inmune a la propagación del fascismo que busca eliminar a sus enemigos políticos o étnicos. La sociedad europea actual es completamente diferente a la de los años 30, empezando por el hecho de que la situación económica no admite ningún tipo de comparación. Sin embargo, algunos de los instrumentos que tan útiles fueron para los movimientos fascistas siguen estando presentes, en especial la deshumanización del adversario. 

Por poner un ejemplo reciente, el vicepresidente de EEUU, J.D. Vance, dijo hace unos días que “los profesores son el enemigo” (citando a Nixon, el arquitecto del sectarismo que afecta a la política del país desde entonces). Se refería a los profesores universitarios a los que la derecha norteamericana acusa de adoctrinar a los alumnos con la ideología “woke” o la DEI (diversity, equity and inclusion), los programas en favor de la diversidad y en contra de la discriminación por raza o género. Algo parecido dijo Trump en su primer mandato contra los periodistas. Cuando pones la diana en algunos colectivos de la sociedad y los tachas de enemigos, los estás colocando al mismo nivel de los enemigos de la patria, gente a la que hay que perseguir porque son un peligro para la sociedad.

La entrada principal del campo de Auschwitz-Birkenau con el letrero 'Arbeit macht frei' (el trabajo os hará libres).

Para apreciar la gravedad de este tipo de declaraciones, como cuando Javier Milei habla de “exterminar el virus woke”, lo que inevitablemente pasará por perseguir a aquellos que estén infectados, siempre es una referencia incontestable leer los libros de Primo Levi. El superviviente de Auschwitz escribió su historia personal y cómo se pudo llegar a ese nivel de aberración en los libros 'Si esto es un hombre', 'La tregua' y 'Los hundidos y los salvados'. Levi explicó que la idea de que nuestros actos se llevan a cabo de buena fe mientras que el enemigo siempre actúa condicionado por su maldad intrínseca es lo que hace posible la deshumanización del rival y, en última instancia, su eliminación.

Por encima de todo, esta frase de Levi sobre el Holocausto es la que debemos conservar: “Si comprender es imposible, conocer es necesario, porque lo sucedido puede volver a suceder”. 

Muchos piensan que no hay que creer todo lo que dicen los extremistas, porque sólo buscan conseguir votos o aprovecharse de determinadas circunstancias económicas. No hay que entenderles literalmente. Incluso algunos piensan que informar sobre lo que dicen es una forma de extender sus ideas de forma involuntaria. Si no se les presta atención, lo que dicen no tendrá ningún efecto.

Los que vivieron el Holocausto, al igual que otros genocidios, saben que es un error pensar así y que las consecuencias serán terribles. En esto sí que podemos hacer comparaciones directas con el pasado. Lo dijo Leon Weintraub, un superviviente polaco de Auschwitz de 99 años, en los actos oficiales celebrados en Polonia: “Evitemos los errores de los años 30, cuando no se creía a los nazis alemanes y sus intenciones de crear un Estado libre de judíos, gitanos, personas de ideas diferentes y los enfermos a los que se consideraba indignos de vivir”.

Si escuchan ahora a alguien decir que hay gente que no merece vivir entre nosotros porque es una amenaza, créanle. No esperen a que llegue al poder, porque entonces quizá sea ya demasiado tarde para detenerlo.

Paga lo que me debes por mi culpa

Alberto, por tu culpa me faltan 1.286 millones.

Pedro Sánchez debe dinero a Isabel Díaz Ayuso. O eso cree ella. Ha reclamado al Gobierno central que le pague siete millones de euros por los días en que no hubo fondos de la Administración central para financiar los descuentos en el transporte público. Y no los hubo porque el Congreso rechazó el decreto ómnibus con los votos del PP, Vox y Junts. Sí, con los votos del partido de Díaz Ayuso, que además siempre está en contra de que el PP apoye en el Congreso las iniciativas del Gobierno. El pasado martes, el Consejo de Ministros volvió a aprobar el decreto, con la mayor parte de sus ingredientes, esta vez después de haberlo pactado con Junts.

Lo de Ayuso podríamos denominarlo jeta presupuestaria. Votas en contra del decreto y luego quieres que sea el que votó a favor el que abone las consecuencias económicas de la derrota de ese decreto. 

Forma parte de la locura argumental en que se mueve la política española de la que el PP ha dado algunos ejemplos esta semana. Finalmente y tras muchas dudas, el partido de Núñez Feijóo ha comunicado que votará a favor del decreto en su segunda versión cuando haya que ratificarlo dentro de unas semanas en el Congreso. De repente, ya no tiene valor para volver a votar en contra del aumento de las pensiones, uno de los elementos esenciales del decreto. O no sabe cómo acusar al Gobierno de perjudicar a los jubilados al proponer la revalorización de la pensión. La lógica argumental del PP es a veces difícil de identificar.

Hay otro asunto en que los del PP no quieren asumir el coste político de lo que ellos votaron. En el segundo decreto, el Gobierno no ha incluido, por falta de acuerdo con Junts, la actualización de las entregas a cuenta del dinero que el Gobierno central entrega a las comunidades autónomas como anticipo de su financiación. Es una pasta. Son 9.665 millones de euros, de los que 8.036 millones corresponden a gobiernos del PP (1.286 millones en el caso de Madrid). Las CCAA necesitan ese dinero y, como dicen algunas, “cuanto antes, mejor”. Ahora quieren que el Gobierno lo apruebe con otro decreto con la mayor urgencia. Podía estar ya aprobado si su partido hubiera dado el sí al decreto en la primera votación, con lo que el rechazo de Junts no hubiera tenido consecuencias. Pero Feijóo decidió pasar por encima de los intereses de los pensionistas y de sus propios gobiernos autonómicos. Veremos qué improvisa a partir del lunes. 

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