La muerte de una turista en la Ibiza ‘hippy’ de los 60: LSD, un preso inocente y el primer asesino en serie español
Margaret Hélène Boudrie murió en manos de Manuel Delgado Villegas, más conocido como 'El Arropiero' por el oficio que le enseñó su padre, en una vivienda de Can Planes, en Sant Jordi. La investigación del caso hizo que el criminal viajará hasta la isla como un miembro más de la comitiva judicialLa rebelión de 'El Cristo de los hippies': cómo un desalojo acabó en una batalla campal con la Guardia Civil Una coincidencia en el Lola 's, un pequeño pub del barrio de sa Penya, en Dalt Vila, hizo que la estancia que Jules Morton Abramovitz había diseñado en Eivissa en 1967 terminara de la forma más desafortunada posible. Fue su encuentro aleatorio con una estudiante francesa de buena familia, Margaret Hélène, lo que torció las previsiones de ambos. Fue ella, de hecho, quien corrió el peor infortunio. Pasó lo impredecible, tras una noche en la que la pareja, acabada de conocer, pasó en una vivienda de Can Planes, en la localidad ibicenca de Sant Jordi, Margaret amaneció sin vida. La irrupción en la casa de un vagabundo de infancia difícil y personalidad peligrosa, Manuel Delgado Villegas, hizo que los anhelos de los dos extranjeros se convirtieran en un capítulo más de la historia del primer asesino en serie español. Aunque esto solo se sabría más adelante. Eivissa, 1967. Los dos turistas son estudiantes de buena familia, él está cursando el quinto año de medicina en París e intenta, con su viaje a la mayor de las Pitiüses, reconectar con su mujer. Ella, de 21 años y originaria de Lyon, ha pedido dinero a su madre para pagar el alquiler de una casa de pescadores en la que se estaba quedando. El hippismo isleño de los años 60 les ha atrapado, como a tantos otros turistas europeos y norteamericanos con poder adquisitivo (los beatniks o peluts, rebautizados por los ibicencos), que quedan encantados con su bohemia. Tras una noche en la que la pareja, acabada de conocer, pasó en una vivienda de Can Planes, en la localidad ibicenca de Sant Jordi, Margaret amaneció sin vida. La irrupción en la casa de un vagabundo de infancia difícil y personalidad peligrosa, Manuel Delgado Villegas, hizo que los anhelos de los dos extranjeros se convirtieran en un capítulo más de la historia del primer asesino en serie español Salen de noche y coinciden en el Lola 's, aunque ya se han visto antes en un restaurante del puerto y han cruzado miradas. Pero esta noche se acercan y hablan. Jules improvisa incluso una actuación a las tres de la madrugada frente al resto de personas cuando el garito nocturno ya ha cerrado. Hasta que en un momento determinado deciden marcharse juntos hasta el paseo de Vara de Rey. Ficha policial de Manuel Delgado Villegas, 'El Arropiero' Jules propone a la francesa coger un taxi e ir juntos a un sitio que conoce bastante bien: una casa de Sant Jordi, alquilada por unos holandeses que en ese preciso momento no están en la isla. Cuando llegan, el norteamericano pasa la mano entre las persianas metálicas, aunque no puede abrir, y finalmente decide acceder al interior de la vivienda tirando una cuerda por una claraboya. Una vez dentro, abre a Margaret y ambos se tumban en la cama, toman varias dosis de LSD, ella dos y él seis (como detalló más tarde el estudiante al juez). Él intenta mantener relaciones sexuales con ella, que le responde que tiene sueño y los dos se duermen. Por la mañana, muy pronto, el norteamericano está intranquilo porque escucha ruidos fuera e, inquieto, recoge sus cosas y se marcha. Entonces, Manuel Delgado Villegas, ‘El Arropiero’, que en ese momento deambulaba por los alrededores de la vivienda de Can Planes, le ve salir y dejar la puerta abierta y cree que es un ladrón. Así que entra dentro de la casa para ver qué más puede llevarse. En su lugar, descubre a la francesa en la cama, se abalanza sobre ella y, ante el pánico de la turista, decide asfixiarla con un cojín para luego violar
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Margaret Hélène Boudrie murió en manos de Manuel Delgado Villegas, más conocido como 'El Arropiero' por el oficio que le enseñó su padre, en una vivienda de Can Planes, en Sant Jordi. La investigación del caso hizo que el criminal viajará hasta la isla como un miembro más de la comitiva judicial
La rebelión de 'El Cristo de los hippies': cómo un desalojo acabó en una batalla campal con la Guardia Civil
Una coincidencia en el Lola 's, un pequeño pub del barrio de sa Penya, en Dalt Vila, hizo que la estancia que Jules Morton Abramovitz había diseñado en Eivissa en 1967 terminara de la forma más desafortunada posible. Fue su encuentro aleatorio con una estudiante francesa de buena familia, Margaret Hélène, lo que torció las previsiones de ambos. Fue ella, de hecho, quien corrió el peor infortunio.
Pasó lo impredecible, tras una noche en la que la pareja, acabada de conocer, pasó en una vivienda de Can Planes, en la localidad ibicenca de Sant Jordi, Margaret amaneció sin vida. La irrupción en la casa de un vagabundo de infancia difícil y personalidad peligrosa, Manuel Delgado Villegas, hizo que los anhelos de los dos extranjeros se convirtieran en un capítulo más de la historia del primer asesino en serie español. Aunque esto solo se sabría más adelante.
Eivissa, 1967. Los dos turistas son estudiantes de buena familia, él está cursando el quinto año de medicina en París e intenta, con su viaje a la mayor de las Pitiüses, reconectar con su mujer. Ella, de 21 años y originaria de Lyon, ha pedido dinero a su madre para pagar el alquiler de una casa de pescadores en la que se estaba quedando. El hippismo isleño de los años 60 les ha atrapado, como a tantos otros turistas europeos y norteamericanos con poder adquisitivo (los beatniks o peluts, rebautizados por los ibicencos), que quedan encantados con su bohemia.
Tras una noche en la que la pareja, acabada de conocer, pasó en una vivienda de Can Planes, en la localidad ibicenca de Sant Jordi, Margaret amaneció sin vida. La irrupción en la casa de un vagabundo de infancia difícil y personalidad peligrosa, Manuel Delgado Villegas, hizo que los anhelos de los dos extranjeros se convirtieran en un capítulo más de la historia del primer asesino en serie español
Salen de noche y coinciden en el Lola 's, aunque ya se han visto antes en un restaurante del puerto y han cruzado miradas. Pero esta noche se acercan y hablan. Jules improvisa incluso una actuación a las tres de la madrugada frente al resto de personas cuando el garito nocturno ya ha cerrado. Hasta que en un momento determinado deciden marcharse juntos hasta el paseo de Vara de Rey.
Jules propone a la francesa coger un taxi e ir juntos a un sitio que conoce bastante bien: una casa de Sant Jordi, alquilada por unos holandeses que en ese preciso momento no están en la isla. Cuando llegan, el norteamericano pasa la mano entre las persianas metálicas, aunque no puede abrir, y finalmente decide acceder al interior de la vivienda tirando una cuerda por una claraboya. Una vez dentro, abre a Margaret y ambos se tumban en la cama, toman varias dosis de LSD, ella dos y él seis (como detalló más tarde el estudiante al juez). Él intenta mantener relaciones sexuales con ella, que le responde que tiene sueño y los dos se duermen.
Por la mañana, muy pronto, el norteamericano está intranquilo porque escucha ruidos fuera e, inquieto, recoge sus cosas y se marcha. Entonces, Manuel Delgado Villegas, ‘El Arropiero’, que en ese momento deambulaba por los alrededores de la vivienda de Can Planes, le ve salir y dejar la puerta abierta y cree que es un ladrón. Así que entra dentro de la casa para ver qué más puede llevarse. En su lugar, descubre a la francesa en la cama, se abalanza sobre ella y, ante el pánico de la turista, decide asfixiarla con un cojín para luego violarla. Le hace, además, después de desnudarla, varios cortes con un arma blanca que luego limpia, en forma de cruz, sobre el colchón.
Paralelamente, Jules, a punto de llegar a la estancia en la que se aloja en Eivissa, se percata de que se ha dejado el pasaporte y da marcha atrás para ir a recogerlo. Pero todo ha cambiado en apenas 40 minutos. Descubre el cuerpo sin vida de Margaret y sale corriendo, asustado, de la estancia, con un testigo de por medio: la arrendadora de la casa, que vive al lado (es un inmueble antiguo partido en dos), que le grita algo que ya no se detiene a escuchar. Sabe que, con toda probabilidad, será él a quien buscarán y le pide a su mujer que le sirva de coartada.
Jules, a punto de llegar a la estancia en la que se aloja en Eivissa, se percata de que se ha dejado el pasaporte y da marcha atrás para ir a recogerlo. Pero todo ha cambiado en apenas 40 minutos. Descubre el cuerpo sin vida de Margaret y sale corriendo, asustado, de la estancia, con un testigo de por medio: la arrendadora de la casa, que vive al lado. Sabe que, con toda probabilidad, será él a quien buscarán y le pide a su mujer que le sirva de coartada
!['El Arropiero', fumando un puro en Can Planes durante la reconstrucción del crimen de la turista francesa](https://static.eldiario.es/clip/470d7580-bd3e-4e5b-ae28-ba27920fd748_16-9-discover-aspect-ratio_default_0.jpg)
Un año en el ‘Hotel Naranjo’
“Cuando llegamos a la casa encontramos a la mujer estirada boca arriba y desnuda sobre la cama. Y muerta. Estaba muerta, pero no sabíamos por qué… Quiero decir que no se veían heridas, no se veía sangre”, es el testimonio de Vicent Bufí Ribas sobre la inspección ocular que hicieron en el lugar, recogido en el libro El Arropiero. La deconstrucción de un monstruo, que acaba de publicar la escritora ibicenca Cristina Amanda Tur (CAT) junto al cineasta Héctor Escandell.
Por aquel entonces, Bufí era auxiliar del juzgado de Eivissa y se encargaba del trabajo sucio. El secretario dejaba los asuntos penales al nuevo mientras resolvía los procedimientos civiles. Empieza así una larga investigación que no terminará hasta años después. CAT, que ha llevado a cabo un extenso trabajo de investigación sobre el caso, cuenta a elDiario.es que en “menos de 72 horas, el norteamericano fue detenido” y encerrado en el centro de detención de Eivissa, que albergaba el antiguo Ayuntamiento y, antes, el convento de Santo Domingo (el actual centro penitenciario no abrió hasta 1984).
“Todos los delincuentes lo conocían como el Hotel Naranjo porque tenía un naranjo plantado en el centro del patio”, apunta la escritora. “Jules era un estudiante de medicina, culto… y aterrizó en un sitio que, en ese momento, estaba lleno de quinquis, muchos de ellos analfabetos y encerrados por temas de drogas”. Aunque tan solo un año después, en 1968, ingresaría en el mismo centro el famoso falsificador de arte de origen húngaro, Elmyr de Hory, detenido también en Eivissa.
Allí pasó un año que su hijo, Blake Shields, ha contado a la autora a través de anécdotas que le contó su padre, fallecido mientras CAT y Héctor Escandell recababan información para el libro. Pasado ese periodo, se celebró un juicio en el antiguo Ayuntamiento ante la Audiencia Provincial de Palma y el norteamericano, quien nunca negó haber estado con la francesa esa noche, fue absuelto.
“Él tenía un abogado muy bueno que puso en duda la causa de la muerte”, señala la periodista y escritora: “Como habían tomado drogas, no quedó claro si había sido eso lo que le había provocado el fallecimiento a Margaret”. Ese argumento fue clave para su absolución, aunque la opinión pública siguió pensando, durante mucho tiempo, que el autor del crimen había sido Jules.
La confesión de 'El Arropiero'
Puerto de Santa María (Cádiz), 1971. “Al principio no nos lo tomamos como una desaparición real”, dice el policía Salvador Ortega, cuyo testimonio también recoge el libro de CAT, respecto a la ausencia de Antonia Rodríguez Relinque, más conocida como La Toñi. Fue el hermano quien denunció la desaparición, que resultó ser finalmente una muerte.
Apenas cuatro meses después de haber llegado a Cádiz, Manuel Sánchez Villegas, que recibió el mote de 'El Arropiero' porque su padre le había enseñado a vender arropes, La Toñi apareció sin vida, con unos leotardos atados al cuello, en un acampado gaditano donde solía mantener relaciones a escondidas con quien resultó ser su novio y luego, también su asesino.
La confesión del crimen no tardó en salir a la luz y, una vez destapado el caso, empezaron a brotar otros, muchos más. “Él no expresó específicamente que había matado a Margaret en el 67 en Eivissa, sino que arrojaba datos de los crímenes que había cometido y tras una larga investigación, la comitiva judicial llamó a los juzgados de la isla y comprobaron que los hechos coincidían”, detalla Amanda Tur. La llamada desde el Puerto de Santa María llegó para la sorpresa del juez titular de instrucción Ángel Reigosa, ya que el asunto, hacía años, había quedado archivado.
La confesión del crimen no tardó en salir a la luz y, una vez destapado el caso, empezaron a brotar otros, muchos más. “Él no expresó específicamente que había matado a Margaret en el 67 en Eivissa, sino que arrojaba datos de los crímenes que había cometido y tras una larga investigación, la comitiva judicial llamó a los juzgados de la isla y comprobaron que los hechos coincidían”, detalla Amanda Tur
Eivissa, 1971. El asesino, acompañado por la comitiva, formada por el juez Conrado Gallardo y los tres agentes y el jefe de la Brigada de Investigación Criminal del Puerto de Santa María, Salvador Ortega, voló hasta es Codolar para reconstruir los hechos del crimen. Fue el quinto cometido por 'El Arropiero' que se le logró atribuir, aunque él llegó a confesar hasta un total 44 asesinatos (la Justicia sólo pudo resolver siete).
CAT se pregunta qué debían de pensar el resto de pasajeros del vuelo regular en el que viajaban los policías junto al criminal (nadie sabía que lo era), todo vestido de negro y ataviado con un sombrero cowboy y unas gafas de sol. Salvador Ortega todavía recuerda el momento en que le acompañó a comprarse el atuendo para la ocasión y porque era importante -señala la autora- mantenerlo contento.
El trabajo más arduo de la comitiva judicial fue mantener a raya, sutilmente, el carácter irascible y poco empático de 'El Arropiero', un ejercicio que terminó convirtiéndose casi en una relación de amistad. Por otro lado, era una práctica que hoy, reconocen los policías, hubiera sido “casi imposible”.
El trabajo más arduo de la comitiva judicial fue mantener a raya, sutilmente, el carácter irascible y poco empático de 'El Arropiero', un ejercicio que terminó convirtiéndose casi en una relación de amistad. Por otro lado, era una práctica que hoy, reconocen los policías, hubiera sido “casi imposible”
Cuando aterrizaron en el aeropuerto de Eivissa varios coches de Policía aparecieron con las sirenas encendidas y rodeando el avión. Llevaban meses preparándose para el momento. Incluso, al parecer, se habían trasladado agentes de Palma y València. Entonces, el criminal, que ni siquiera había viajado esposado, se enfadó con los investigadores y empezó a dar golpes a la aeronave ante la mirada incrédula del pasaje, que en ningún momento pudo llegar a sospechar que había compartido trayecto con uno de los asesinos más importantes de España.
“Él decía eso, que era el más importante del país”, señala CAT. “Entonces, el jefe de la Brigada le tuvo que decir a la Policía Nacional de Eivissa que mantuviera solo las patrullas estrictamente necesarias”, explica la periodista ibicenca a elDiario.es.
Había cierto ego de criminal en él, ya que, en una de las anécdotas que se recogen del viaje a la isla, mientras iban en el coche, por la emisora de radio dieron la información de un asesino en serie de California que acumulaba más víctimas que él y le pidió a Salvador Ortega (“le llamaba ‘jefe’”) que le soltara unos días para no ver su 'cuenta' superada. Le prometió, eso sí, que no se escaparía, que volvería.
Un paseo por el escenario del crimen
Cuatro años después de que Jules Morton y Margaret Hélène estuvieran en la casa de Can Planes y se cometiera el conocido en la isla como el crimen de los beatniks -un término inventado por el periodista estadounidense Herb Caen para referirse despectivamente a la generación beat-, Delgado Villegas regresó a la vivienda. Esta vez, acompañado de los miembros de la comitiva judicial. Se percataron de que se acordaba muy bien de la casa porque enseguida la reconoció, así como del colchón en el que había matado a su víctima.
“'El Arropiero' les aseguró que no era el colchón donde había asesinado a Margaret”, subraya CAT. Y, efectivamente, era otro distinto. Porque el inquilino (la propietaria de la finca también estuvo presente durante la reconstrucción de los hechos) había guardado en el altillo el que conocía 'El Arropiero', con unas manchas que describió fielmente y una cruz rasgada por el estilete que llevaba.
Cuatro años después de que Jules Morton y Margaret Hélène estuvieran en la casa de Can Planes y se cometiera el conocido en la isla como el crimen de los 'beatniks', Delgado Villegas regresó a la vivienda. Esta vez, acompañado de los miembros de la comitiva judicial. Se percataron de que se acordaba muy bien de la casa porque enseguida la reconoció, así como del colchón en el que había matado a su víctima
Los miembros de la Brigada de Investigación se dieron cuenta, enseguida, de que el rostro del criminal cambiaba mientras recordaba lo sucedido en la casa de Sant Jordi. “Fue la primera vez que nos dimos cuenta realmente de lo peligroso que era”, testifica Salvador Ortega para el libro El Arropiero. La deconstrucción de un monstruo.
“Tenía muy pocas habilidades sociales y tenía defectos que le hacían muy poco dado a ellas: tenía dislexia, era analfabeto..”, cuenta CAT. Nacido en un barrio de chabolas de Sevilla, se quedó huérfano muy pronto y sufrió los constantes abusos de otros niños. “Llegamos a la conclusión de que los días de peregrinaje judicial por España para reconstruir los crímenes que había cometido fueron seguramente uno de los más felices de su vida, porque era como estar como con un grupo de amigos”, reflexiona la escritora, formada también en Criminología.
Otro de los testimonios fundamentales para redactar la historia de 'El Arropiero' ha sido profundizar en la parte psiquiátrica. “De los factores de la creación del monstruo, hay muchos que son responsabilidad social. Está claro que si él podía decidir el bien o el mal, lo que queríamos con el libro que hemos publicado era profundizar en el personaje, incluso intentar entenderlo, que no es sinónimo de justificarlo”, termina.