Italo Calvino. El castillo de los destinos cruzados.
Siruela, 1999. 150 páginas. Tit. or. Il castello dei destini incrociati. Trad. Aurora Bernárdez. Se juntan dos libros de relatos El castillo de los destinos cruzados y La taberna de los destinos cruzados, los dos escritos bajo la premisa de utilizar las cartas del tarot para construir las historias. El primero utiliza la baraja Bembo y el segundo el tator de Marsella, posiblemente el más conocido por el público. Barajas diferentes llevan a diferentes estilos de lenguaje y de tramas, siendo el primero de caballeros y con un lenguaje arcaizante y el segundo más moderno incluso con incursiones en la vanguardia. Como experimento de construcción de historias es interesante. Los protagonistas no pueden hablar por sí mismos, sino a través de lo que sugieren las cartas que ponen sobre la mesa. Pero el resultado es -perdóname, Calvino, con lo que te admiro- bastante mediocre. Las historias de la taberna se salvan más por el lenguaje y por una mayor libertad en la manera de construir las tramas. Ha sido una lectura curiosa, pero probablemente uno de los peores libros que he leído del autor. No me ha gustado. Abro la boca, trato de articular una palabra, gimo, ahora me tocaría... The post Italo Calvino. El castillo de los destinos cruzados. first appeared on Cuchitril Literario.
Siruela, 1999. 150 páginas.
Tit. or. Il castello dei destini incrociati. Trad. Aurora Bernárdez.
Se juntan dos libros de relatos El castillo de los destinos cruzados y La taberna de los destinos cruzados, los dos escritos bajo la premisa de utilizar las cartas del tarot para construir las historias. El primero utiliza la baraja Bembo y el segundo el tator de Marsella, posiblemente el más conocido por el público. Barajas diferentes llevan a diferentes estilos de lenguaje y de tramas, siendo el primero de caballeros y con un lenguaje arcaizante y el segundo más moderno incluso con incursiones en la vanguardia.
Como experimento de construcción de historias es interesante. Los protagonistas no pueden hablar por sí mismos, sino a través de lo que sugieren las cartas que ponen sobre la mesa. Pero el resultado es -perdóname, Calvino, con lo que te admiro- bastante mediocre. Las historias de la taberna se salvan más por el lenguaje y por una mayor libertad en la manera de construir las tramas.
Ha sido una lectura curiosa, pero probablemente uno de los peores libros que he leído del autor.
No me ha gustado.
Abro la boca, trato de articular una palabra, gimo, ahora me tocaría a mí, está claro que las cartas de estos dos son también las de mi historia, la historia que me ha traído hasta aquí, una serie de malos encuentros que quizá sólo sea una serie de encuentros frustrados.
Para empezar debo llamar la atención sobre la carta llamada del Rey de Bastos, en la que se ve a un personaje sentado que, si nadie lo reivindica, podría ser yo; sobre todo porque sostiene un instrumento puntiagudo con la punta hacia abajo, como yo en este momento, y en realidad ese instrumento, mirándolo bien, se asemeja a una pluma estilográfica o un cálamo o un lápiz bien afilado o un bolígrafo, y si parece de un tamaño desproporcionado será para significar la importancia que dicho instrumento de escritura tiene en la existencia del sedentario personaje en cuestión. Por lo que sé, precisamente el hilo negro que sale de la punta de ese cetro de dos céntimos es el camino que me ha traído hasta aquí, y no está excluido, pues, que el apelativo que me corresponda sea el de Rey de Bastos, y que en ese caso el término Bastos o palos deba entenderse en el sentido de los palotes que hacen los niños en la escuela, el primer balbuceo de quien trata de comunicar trazando signos, o en el sentido de la madera de álamo con que se amasa la blanca celulosa para exfoliarla en resmas de páginas listas para ser (y vuelven a cruzarse los significados) pautadas.
El Dos de Oros es también para mí un signo de intercambio, de ese intercambio que hay en todo signo, desde el primer garabato trazado por el primer escriba de modo que se distinga de los otros garabatos, el signo de escritura emparentado con los intercambios de otras cosas, no por nada inventado por los fenicios, implicado en la circulación del circulante como las monedas de oro, la letra que no se toma al pie de la letra, la letra que transvalúa los valores que sin la letra no valen nada, la letra es siempre pronta a crecer desde dentro y a adornarse con las flores de lo sublime, mírala historiada y florecida en su superficie significante, la letra elemento primero de las Bellas Letras, aunque envolviendo siempre en sus espirales significantes el circulante del significado, la letra Ese que serpentea para significar que ahí está siempre pronta a significar significados, el signo significante que adopta la forma de una Ese para que sus significados tomen también forma de Ese.
Y todas esas Copas no son sino tinteros secos a la espera de que en la oscuridad de la tinta suban a la superficie los demonios, las potencias infernales, los ogros, los himnos a la noche, las flores del mal, los corazones de las tinieblas, o que planee sobre ellas el ángel de la melancolía que destila los humores del alma y transvasa estados de gracia y epifanías. Y nada. La Sota de Copas me retrata mientras me inclino a escrutar la envoltura de mí mismo; y no tengo un aire satisfecho: es inútil que sacuda y exprima, el alma es un tintero seco. ¿Qué Diablo querrá aceptarla en pago y asegurarme el éxito de la obra?
El Diablo debería ser la carta que con más frecuencia se encontrase en mi oficio: la materia prima de la escritura ¿no es acaso un aflorar a la superficie de garras peludas, dentelladas de perro, cornadas de cabra, violencias contenidas que manotean en la oscuridad? Pero la cosa puede verse de dos maneras: que ese hormigueo demoniaco en el interior de las personas singulares y plurales, en las cosas que se hacen o se cree que se hacen y en las palabras que se dicen o se cree que se dicen, sea un modo de hacer y de decir que no está bien y convenga dejar caer todo, o bien que sea en cambio lo que más cuenta, y puesto que está ahí sea aconsejable hacerlo salir; dos modos de ver la cosa que se mezclan diversamente, porque podría ser que lo negativo, por ejemplo, sea negativo pero necesario porque sin él lo positivo no es positivo, o que no sea en absoluto negativo, mientras que lo único negativo, si existe, sea aquello que se cree positivo.
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