5 claves para leer a Ovidio

El poeta romano retrató al ser humano en toda la extensión de su alma, desde los asuntos amorosos en el 'Ars Amandi' hasta la melancolía vital en las 'Tristia' y las 'Pónticas', pasando por el lado más vulnerable de los dioses en las 'Metamorfosis'. Murió en el exilio tras haber ofendido al emperador. La entrada 5 claves para leer a Ovidio se publicó primero en Ethic.

Feb 4, 2025 - 00:51
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5 claves para leer a Ovidio

No ha cambiado tanto el ser humano desde que Ovidio quiso retratarlo en toda la extensión de su alma. El lector que está en ciernes de enamorarse encontrará en el Ars Amandi un manual de instrucciones para seducir y ser seducido. El pensador maduro que reflexiona sobre la vida hallará en las Metamorfosis una cosmogonía que se parece mucho a la cotidianidad. El anciano que ya ha visto pasar los mejores días de su vida abrazará las Tristia como edicto de supervivencia.

Ovidio nació en Sulmona, en las montañas de los Apeninos, en el 43 a.C., un año después del asesinato de César. Vino al mundo en el caos político, en la guerra civil continua en la que se había convertido el final de la República. Pronto se acercó al círculo de Mecenas, el comisario político-cultural de la época, y gozó de éxito en su poesía y en su vida. Pero algo se torció en su camino cuando una grave ofensa al emperador Octavio Augusto terminó con el poeta camino del exilio. Tal vez fue su Ars Amandi, «El arte de amar», que iba contra el modelo casto y mojigato que quería instaurar el emperador. Las mujeres romanas debían ser excelentes madres, y no busconas que se maquillan para seducir al romano de bien que presencia las carreras de cuadrigas, tal como el poeta aconsejaba en su obra. Incluso muchos estudiosos apuntan que el inicio del fin de Ovidio debe atribuirse a la mala fortuna. El poeta contempló lo que no debía jamás haber visto: la nieta de Augusto, Julia la menor, practicando el ars amandi con el senador Silano. La decisión fue implacable: Ovidio acabó exiliado a Tomis, en el Mar Negro, y Julia en Trimerus, en el Adriático, como antes su madre había sido mandada a Pandataria. Fin del asunto. A Ovidio no le quedaban más que las lágrimas… Y la escritura.

Ovidio, maestro de amores

En El libro de los amores ridículos, Kundera retrata lo difícil que es amar para el ser humano. Sus historias se desarrollan en la Praga de los años sesenta, pero en realidad, estaba glosando a Ovidio. Ningún libro sobre la seducción y el erotismo puede pasar por alto al poeta latino. Lo supo también el Arcipreste de Hita, quien en su Libro del buen amor cita de memoria a Ovidio para advertirle al lector beato que él explica lo que hay de malo en el amor, no para incitar, sino para alejarse de él.

Mucho más libre de moralinas hallamos a Ovidio. Su Ars Amandi es la cúspide de la libertad, en un tiempo en el que había poca preocupación por la corrección política. Dice así un pasaje ambientando en el circo: «Si acaso el polvo se pega al vestido de la joven, apresúrate a quitárselo con los dedos, y aunque no le haya caído polvo ninguno, haz como que lo sacudes, y cualquier motivo te incite a mostrarte obsequioso».

En ‘Metamorfosis’, Ovidio radiografió los líos de faldas y las penalidades de los dioses

Dioses con rostro humano

En las Metamorfosis, Ovidio radiografió los líos de faldas y penalidades de esas divinidades que se pasaban el día engañándose, escondiéndose de la moral pintada por los humanos. Las historias que cuenta Ovidio son tan humanas que enternecen: Píramo y Tisbe, por ejemplo, son dos enamorados que sufren el destino adverso y el castigo por amarse a deshora; los ancianos Filemón y Baucis se dan la mano en el momento en el que una inundación va a acabar con sus vidas. La pobre Dafne corre desesperada para que Apolo, el bello, el poeta, no la viole. ¿Acaso no vence Ovidio a los dioses retratándolos como seres que sufren, aman y sienten melancolía por no haber nacido humanos?

La rebelión contra el poder

La relación de Ovidio con el emperador puede dividirse en dos etapas: la del éxito, cuando sus papiros se copiaban por las calles del Palatino, y la del declive, cuando fue tratado como un traidor al que había que mandar al «gulag», por así decirlo, del Mar Negro. Leer a Ovidio es también homenajear a aquellos que luchan contra el poder, que resisten con su palabra contra las atrocidades de los poderosos. El poeta latino no quiso ser víctima en el mejor siglo de Roma, pero fue arrastrado hacia sus límites. Y aunque no se le aplicó la damnatio memoriae, leer su Ars Amandi aún hoy remueve los huesos de algún viejo tirano.

La melancolía de un imperio

En Tomis escribió Ovidio sus dos obras finales, Pónticas y Tristia. Se trata de una larga serie de epístolas elegíacas, lamento sobre lamento, una obra que nos hace pensar en todos los exiliados del mundo. En Cernuda sentado en un banco de Coyoacán, en Stefan Zweig en su última siesta en Petrópolis, en los paseos suizos de Thomas Mann, en los cigarrillos de Hannah Arendt mirando la lluvia por la ventana, lejos de Alemania, en los cafés con humo de Salman Rushdie. El exilio de un escritor encierra todos los exilios posteriores.

Ovidio no habría de salir nunca de Tomis. No llegó el perdón, a pesar de que murió después que Augusto. Los tiempos habían cambiado y no había espacio en Roma para aquel poeta de verso ácido que convirtió a César en un dios para así poder reírse de él. El olvido llegó antes que la muerte. ¿Pero y si todo fuese fruto de un error? ¿Acaso no basta el nombre de Ovidio para salvar el nombre de Roma?

Al describir Tomis en sus poemas, quizás Ovidio exageraba para lograr el perdón imperial

La soledad del exiliado

Expone Gómez Bárcena en su Mapa de soledades (Seix Barral) que Ovidio, tal vez, nunca estuvo en Tomis, en la desembocadura del Danubio. Se basa para ello en la descripción imprecisa que el poeta hace del lugar en sus Pónticas, poco acorde con la Constanza actual. Ovidio pinta un territorio helado, sin romanizar, plagado de tribus bárbaras y pobreza. ¿Exageraba para lograr el perdón imperial?

Es fácil imaginarse a Ovidio caminando por la playa de arena negra, hablando en voz alta para escuchar palabras latinas, entre tantas voces extranjeras. Al hombre detrás del escritor le llegaría el aliento de la soledad en forma de angustia. Alguien que lo había sido todo, el escritor más leído del Capitolio, el más copiado en las bibliotecas de todo el Imperio. ¿Qué quedaba de todo aquello? Podemos imaginarlo racionando las cuartillas, la tinta, las plumas de ganso, soñando una muerte anticipada antes de su propia muerte.

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