Vecinos y enemigos

Desde la rendición de Jerusalén ante las tropas británicas en 1917 hasta las negociaciones de paz fallidas durante la segunda década del siglo XXI. El periodista Ian Black recorre los cien años de conflictos entre israelíes y palestinos en ‘Vecinos y enemigos’ (Península, 2024). La entrada Vecinos y enemigos se publicó primero en Ethic.

Feb 5, 2025 - 15:45
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Vecinos y enemigos

A primera hora de la fría y húmeda mañana del 9 de diciembre de 1917, dos cocineros del Ejército británico se perdieron mientras buscaban agua en los alrededores de la población de Lifta, con sus viviendas de cubierta plana dispuestas en terrazas de piedra a las afueras de Jerusalén, en el sudoeste. Se encontraron con un grupo de civiles que les indicaron que el gobernador otomano de la ciudad santa estaba dispuesto a rendirse. Los hombres no se sentían a la altura de la tarea y regresaron a su unidad, el Batallón 2/20.º, Regimiento de Londres, parte de las tropas comandadas por el general de división S. F. Mott que avanzaban hacia el norte desde Belén. El destacamento de Mott acababa de vivir horas aciagas. Según consta en el registro de la historia oficial de la campaña palestina:

«Las tropas habían pasado una noche espantosa bajo una gélida lluvia torrencial. Unidades enteras de caballos militares habían resbalado por la carretera, coceando y trastabillando en la oscuridad y bloqueando el complicado tránsito por ella. Los camellos caían despatarrados, partidos en cuartos, y hubo que sacarlos de la carretera después de quitarles la carga. Varios de sus jinetes egipcios murieron de frío».

Los siguientes soldados británicos que toparon con la comitiva de rendición, que enarbolaba una bandera blanca atada al palo de una escoba y estaba encabezada por el alcalde árabe de Jerusalén, Salim al-Husseini, fueron los sargentos Frederick Hurcomb y James Sedgewick, del Batallón 2/19.º. Los dos suboficiales no se sentían autorizados para aceptar una carta de subordinación del gobernador, Izzat Pasha. Aun así, según un testigo judío, el alcalde comunicó la noticia verbalmente en un descampado mientras los sargentos intentaban alumbrar sus cigarrillos con cerillas y posaban para un fotógrafo que inmortalizó aquel acontecimiento para la posteridad. En medio de la confusión, en el transcurso de las horas siguientes se produjeron varias rendiciones más, presentadas a oficiales de rango cada vez superior.

La ceremonia oficial de capitulación tuvo lugar dos días después con el general Edmund Allenby, comandante en jefe de la Fuerza Expedicionaria Egipcia, justo al atravesar la puerta de Jaffa en la Ciudad Vieja amurallada de Jerusalén. Afortunadamente, las condiciones climáticas habían mejorado. Lucía un «día glorioso, con un luminoso sol invernal y ni una sola nube en el cielo». Allenby tenía instrucciones de desmontar y entrar en la ciudad con humildad, a pie. Con fines propagandísticos, se consideraba trascendental marcar un contraste deliberado con la «arrogancia» del emperador alemán Guillermo II, que había atravesado a lomos de un corcel blanco magníficamente engalanado aquella misma puerta con ocasión de su visita en 1898.

En Londres, los censores gubernamentales advirtieron a la prensa que evitara insinuar que aquellas operaciones militares representaban en modo alguno una «guerra santa», una nueva cruzada o una lucha entre el cristianismo y el islam.

La conquista británica de Jerusalén fue el heraldo de una nueva etapa en la historia de Palestina

La conquista británica de Jerusalén fue el heraldo de una nueva etapa en la historia de Palestina, si bien transcurrirían otros diez meses hasta que el Ejército de Allenby lograra expulsar a los últimos soldados turcos. Soplaban vientos de cambio importantes. El principal de ellos era el fin inminente a cuatro siglos de imperio otomano sobre un territorio que tenía una gran resonancia tanto para musulmanes como para cristianos y judíos, tanto dentro como allende una región en la que el nacionalismo árabe se había ido fraguando mientras los intereses europeos se multiplicaban.

Palestina (Filastin en árabe y Eretz Yisrael en hebreo) debía su nombre a los romanos. Estaba grabada en la conciencia occidental como la Tierra Santa, el lugar del nacimiento, la crucifixión y la resurrección de Cristo, así como la patria bíblica de los judíos dispersados por el mundo. Para el mundo islámico, era la sede de la mezquita Al Aqsa, en Jerusalén, el tercer lugar más sagrado después de La Meca y la Medina, desde donde el profeta Mahoma había ascendido a los cielos. David Lloyd George, el primer ministro británico, de corte liberal, afirmó que Palestina se extendía «desde Dan hasta Beerseba», un recuerdo evocador del Antiguo Testamento que tan bien conocía. Jerusalén, Nazaret y Belén eran nombres populares; y las cruzadas, Ricardo Corazón de León, Saladino y los sarracenos, referencias familiares.

A escala local, Palestina se concebía, simplemente, como parte de Bilad al-Sham (la Gran Siria), que englobaba, grosso modo, los actuales Siria, Líbano y el Levante Mediterráneo. En tiempos clásicos se había conocido como Jund Filastin (un distrito militar), pero había dejado de ser una unidad administrativa aparte desde que el sultán Selim I derrotó a los gobernantes mamelucos de Siria y Egipto en 1517. Se dividió en sanjacados (distritos) administrados de manera diversa desde las provincias (valiatos) de Damasco y Beirut. En 1872, Jerusalén recibió un estatus superior y quedó bajo el mandato directo de la capital imperial, Estambul. A finales del periodo otomano, Jerusalén, junto con los sanjacados de Nablus y Acre, formaba la región conocida como Siria Meridional o Palestina. Las principales confesiones cristianas consideraban Palestina una entidad singular. En árabe solía hacerse referencia a ella como Al-ard Al-Muqaddasah, o Tierra Santa, la designación que emplea el Corán. La designación hebrea Eretz haKodesh tenía exactamente el mismo significado.


Este texto es un fragmento de ‘Vecinos y enemigos. Los cien años de conflicto entre entre israelíes y palestinos’ (Península, 2024), de Ian Black. 

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