Tomás Mazón Serrano: «Loaysa era de lo mejor que había en Castilla»
En su tercer libro, La vuelta al mundo maldita. La expedición de Loaysa, publicado por la editorial Edaf, Tomás Mazón Serrano presenta una exhaustiva investigación sobre la expedición comandada por García Jofré de Loaysa en 1525 con el objetivo de volver a la Especiería y establecer allí una base permanente. La entrada Tomás Mazón Serrano: «Loaysa era de lo mejor que había en Castilla» aparece primero en Zenda.
Tomás Mazón Serrano (Alicante, 1975), creador de la web rutaelcano.com, es el mayor experto mundial en la primera circunnavegación del globo. A este asunto le dedicó su primer libro: Elcano, viaje a la historia. En su segunda obra, Espinosa, el último capitán de la vuelta al mundo, nos ofreció una biografía de Gonzalo Gómez de Espinosa, compañero malhadado de Elcano que se enfrentó a un sinfín de penalidades. En su tercer libro, La vuelta al mundo maldita: La expedición de Loaysa, publicado por la editorial Edaf, Tomás Mazón Serrano presenta una exhaustiva investigación sobre la expedición comandada por García Jofré de Loaysa en 1525 con el objetivo de volver a la Especiería y establecer allí una base permanente.
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—¿Este tercer libro que has escrito se podría considerar la tercera parte de una trilogía?
—Se podría considerar porque sigue un orden cronológico respecto a los dos previos, pero quizás solo en ese sentido, porque se trata de una historia completamente nueva. Es verdad que en ella también participan Elcano y gente que ha dado la primera vuelta al mundo, y que es una consecuencia de aquel viaje, pero la historia es distinta, tiene unas connotaciones que la hacen atrayente por sí sola y no requiere de un conocimiento de lo que ha pasado anteriormente. Tiene también unos personajes nuevos muy interesantes, y por ahí creo que el libro también aporta algo bueno. Por otra parte, creo que es un libro más maduro porque yo he madurado en el sentido del investigador que escribe y cuenta a los demás el resultado de ese trabajo.
—Dices en el prefacio: «Hasta entonces, ponerme a escribir un libro sobre la expedición de Loaysa había sido una posibilidad mil veces pensada y mil veces descartada por su dificultad. Sin embargo, había llegado demasiado lejos en mi personal búsqueda de quiénes fueron aquellos hombres como para no decidirme a contarlo». ¿Por qué ha sido tan difícil escribir este libro?
—Por la diversidad de fuentes y la complejidad de la historia, porque no solo es una, sino varias las que se entrelazan. No solo se trata de la expedición que acude a las islas Molucas, sino también de la que Hernán Cortés envía en su ayuda, la de Álvaro de Saavedra, más todo lo que mientras tanto se negocia en Castilla con los portugueses. De manera que tenemos repartidos a los protagonistas por muchas partes del mundo, y en diferentes momentos todos ellos generan documentación en su mayor parte inédita, que también era importante dar a conocer en este libro. Por lo tanto, contarlo era difícil porque ya no son solo son las fuentes de archivo, sino que también hay que reunir la cronística española y portuguesa. Había que reunir todas esas fuentes de una manera muy pulcra y muy meticulosa para ser capaz en cada momento de relatar lo que estaba ocurriendo. Eso era lo que principalmente lo hacía difícil, pero no fue eso lo que más me atrajo para escribir el libro, sino que fundamentalmente llegó un momento en el que mi conocimiento sobre el capitán general, García Jofré de Loaysa, había crecido tanto que tenía mucho que aportar sobre él, y eso fue lo que terminó haciendo que me lanzara a escribir.
—Este libro a veces se lee como una novela de detectives, porque haces partícipe al lector de todas tus investigaciones y de todas las pistas que vas siguiendo. A veces incluso algunas te llevan a callejones sin salida y todo eso se lo cuentas al lector. Hay ahí un ejercicio de honestidad intelectual y es fascinante acompañarte en tu proceso de investigación.
—Claro, quería mostrarlo así porque también de esa manera el lector entiende los caminos buscados y le da lógica a lo que encuentro. Era difícil mostrar a ese Loaysa tan diferente que las fuentes nos traen, y la mejor manera que encontré fue hacerlo a través de una secuencia de fuentes que me hacían avanzar en la investigación. La base sólida, la piedra angular, era el testamento de Loaysa dictado en el Pacífico. Los hermanos que menciona ahí son la pista clave que me ayuda a dar el siguiente paso para tratar de averiguar quiénes eran y qué hacían. De ahí van naciendo pistas nuevas, y cada paso estaba obligado a darlo sobre fuentes fiables que me ayudaran a dar el siguiente. No podía lanzarme al vacío tratando de explicar una fuente que no estuviera relacionada con las anteriores. De esa manera quise dar a entender al lector de la mejor forma posible los avances en mi propia investigación, que es novedosa porque no tiene una historiografía en la que me pueda basar para darla a conocer. Soy el primero que navega por esas aguas, y eso obligaba a resultar muy claro al mostrar el camino seguido.
—Este es el primer libro que profundiza en la vida de Loaysa, y la imagen que arrojas de él es muy diferente a la que se le había atribuido. Dices: «Les confieso que conforme avanzaba mi investigación sobre el comendador Loaysa se acrecentaba a cada paso la sensación de que estaba ante alguien verdaderamente extraordinario». ¿Qué clase de hombre era Loaysa?
—A mí me resulta fascinante porque reúne las mejores cualidades de nobleza en el sentido puro que fija el diccionario, en el sentido de alguien que reúne honorabilidad y grandes virtudes. Bajo esa faceta, Loaysa era un gran noble, no sólo por título, sino también por condición, por dar ejemplo a los demás en su vida. Él se había metido en una orden militar y había hecho votos según los cuales toda su hacienda pertenecería a la orden después de que muriera. Perdía por tanto todos sus bienes y consagraba su vida a la guerra contra el infiel. Estos caballeros de la orden de San Juan hacían la guerra contra el turco desde la isla de Rodas, que era el último bastión en el Mediterráneo de la cristiandad, pero además Loaysa ofrecía servicios a Carlos I en contra de los piratas berberiscos del norte de África, a los que en aquel entonces combatía la Corona española. Así que lo tenemos implicado muy activamente en este tipo de guerras navales contra los otomanos en el Mediterráneo, aparte de ser alguien muy cercano a Carlos I. Tanto es así que este lo envió como embajador ante el Gran Turco. Además, doy a conocer y transcribo en el libro una relación en la que el propio Loaysa contaba aquel viaje y aquel encuentro, que resulta fantástica. Todo esto conforma una visión de Loaysa que va mucho más allá del noble que le quita el puesto a Elcano sin merecerlo solo por su condición social, que era básicamente el conocimiento burdo que se tenía sobre él. Ahora resulta un personaje mucho más rico, mucho más atrayente y con un currículum que le hacía merecer el puesto de capitán general de esa nueva expedición. Hasta Elcano estuvo conforme con tener a un capitán por encima de él de semejante categoría, porque era de lo mejor que había en Castilla por aquel entonces.
—Justamente Elcano había solicitado ser el capitán de aquella nueva armada al Maluco.
—Sí, lo había pedido, pero terminó asumiendo que lo fuera Loaysa, a quien nombró administrador de sus bienes a su muerte, es decir, lo puso al mismo nivel que a su propia madre. Ese era el grado de confianza que le ofrecía Loaysa, que fue alguien muy cercano a Elcano, pese a que Elcano con Magallanes se había llevado fatal y eso podía generarnos dudas sobre la relación con su superior. Bueno, pues en el caso de Loaysa no sólo se llevaron bien, sino que le pidió que fuera el administrador de sus bienes a su muerte.
—Pero a ti, como elcanista mayor del reino, ¿no te parece un poco injusto que a Elcano, que había dado la primera vuelta al mundo, no se le concediera esa merced?
—Sí, claro que sí. Elcano yo creo que lo merecía, pero por otra parte, como el objetivo de este viaje no solo era completar una navegación tremenda, sino fundar una gobernación en el archipiélago de la Especiería, entiendo que Loaysa tenía un perfil más adecuado para cubrir ese puesto, dado que iba a quedarse allí. Además, su faceta diplomática favorecía las relaciones con los portugueses, que ya se sabía que iban a ser problemáticas porque ellos también reclamaban aquellas islas para sí. Con lo cual comprendo que el perfil de Loaysa, e incluso el propio Elcano lo tuvo que entender, era más adecuado.
—En este viaje tenemos varias cosas en común con el de la primera vuelta al mundo. Para empezar, una de las naves también se llama Victoria.
—Así es, el nombre de la mítica nave de la primera vuelta al mundo se repite: Santa María de la Victoria. Porque la Victoria original también se llamaba así. Sólo que esta vez la nueva era mucho más grande. La anterior había sido de 85 toneles, y esta nueva, capitana de la flota, en esta ocasión será de 300.
—En el libro hablas de cómo era el día a día de los marineros en esta expedición, y dices: «La vida a bordo era dura hasta cuando no había nada que hacer».
—Y quizá entonces es cuando más dura era, porque esos largos periodos de calma chicha son terribles ahí a bordo (risas). Parece que se te escapa la vida sin hacer nada. Las tormentas tendrían que ser lo que más asustara, cuando aquellas maderas empezaran a crujir de manera indebida. La vida a bordo en aquel entonces era de una dureza que a nuestros ojos es inimaginable. La gente no tenía un recinto en el que dormir. Lo hacían apiñados cada uno sobre una estera, y normalmente ni siquiera bajo techo, porque las bodegas no estaban destinadas a alojar a la gente. El descanso era algo inconcebible, así que es imposible que nos imaginemos a día de hoy metidos en una nao. Eran superhombres.
—El momento más épico de este libro es el del paso del estrecho de Magallanes, que no tiene nada que ver con el de la primera vuelta al mundo. Aquí ese paso es agónico.
—Es tremendo porque el estrecho muestra su verdadera cara con una climatología siempre adversa, traicionera y muy cambiante. Además, son decenas las tormentas diferentes que los acometen y que les causan graves daños. El barco del que Elcano era capitán embarranca y queda fuera de servicio. Pero además de todo esto, lo que convierte ese paso en más épico todavía es que se les pasa el momento adecuado. Ellos habían programado el viaje para llegar al estrecho de Magallanes en el verano austral, que es nuestro invierno en el hemisferio norte, pero todas las averías provocadas por las tormentas los fuerzan a detenerse y reparar los navíos. Con lo cual, el hecho de continuar viaje y no volver a España ensalza a Loaysa y a los que con él decidieron continuar como auténticos héroes, porque eran plenamente conscientes de que esa decisión iba a convertir el viaje en algo todavía más duro. La meteorología iba a ser aún más difícil cuando volvieran a intentar pasar por el estrecho, puesto que ya no lo iban a hacer en verano, sino en otoño y acercándose al invierno cada vez más. Cuando terminaron por salir del estrecho, el sol no levantaba sobre el horizonte más de seis horas al día. Ya no solo se trata de que los vientos y las tormentas fueran traicioneras, sino que además la latitud era tan extrema que convertía en muy difícil pasar nuevamente por el estrecho. Así que hacerlo de esta manera consciente, en un momento en el por su seguridad deberían haber vuelto, convierte en más épica todavía esta historia.
—Te confieso que hubo un momento en que tuve que interrumpir la lectura del paso del estrecho porque me estaba agobiando con tanta penalidad.
—Es verdad porque te pones en su pellejo y ves por las que pasan. Te cuenta Andrés de Urdaneta que las olas barrían por encima de la cubierta a más de medio mástil y empiezas a darte cuenta de que lo que estaba sufriendo esta gente no tenía nombre. Y no sólo eso, sino que además, cuando descendían a tierra, se producían encuentros con aquellos indígenas a los que llamaron gigantes patagones en los que también pasaban miedo. No había una ocasión en la que su vida no estuviera en juego. Eran condiciones extremas, con una sucesión de anécdotas y de vivencias también todas extremas.
—Otra similitud con el viaje de la primera vuelta al mundo es que aquí también hay una nao que se vuelve a España.
—Sí, la nao San Gabriel, que vuelve a España y consigue arribar, solo que en esta ocasión fueron los propios marinos quienes dejaron al capitán en tierra al salir de Brasil. Cuando llegaron a España, los detuvieron a todos porque venían algunos presos y los tripulantes se acusaban mutuamente de todo tipo de fechorías. Tuvo que ser tremendo ese viaje.
—Hay un pasaje muy emotivo en el libro cuando, en el Pacífico, se están muriendo al mismo tiempo Loaysa y Elcano, y cada uno en su testamento le está legando cosas al otro.
—Así es, y quise manejar eso para hacer ver la buena relación de la que hablábamos de Elcano con Loaysa. Era quizá la mejor forma de demostrar que esa buena relación sí se produjo. Elcano le lega un barril de diez quesos y lo nombra administrador y testamentario al mismo nivel que a su madre, pero por otra parte Loaysa tiene a Elcano en consideración y reparte los víveres que llevaba a bordo a medias entre él y su sobrino Álvaro de Loaysa. Es decir, que ambos se llevaban bien. Es algo que los testamentos demuestran de forma fehaciente y en esa faceta me quise parar. No obstante, esos testamentos también nos ayudan a avanzar en el conocimiento de ambos y resultan fundamentales para comprender bien quiénes eran tanto uno como otro. Por una parte, ya me he referido al de Loaysa, que ahí habla de algunos de sus hermanos y esa fue la llave que me abrió el camino para averiguar quién era este García Jofré de Loaysa, y que procedía de Plasencia y no de Ciudad Real, como siempre se ha dicho. Por otra parte, con el testamento de Elcano conocemos muchos rasgos de la personalidad de este marino tan singular, que escribió poco y, por lo tanto, este texto que dictó resulta imprescindible para conocerlo. Así, vemos que era alguien a quien le gustaba vestir bien, por las prendas que legaba a sus compañeros. Y algunas de las cosas que llevaba con él en el viaje también nos hacen ver a un Elcano interesante. Por ejemplo, llevaba cien gafas para intercambiar en destino por especias. Siempre tenemos la imagen de que los españoles o los europeos iban a estos viajes vendiendo baratijas a los indígenas, pero en realidad Elcano llevaba gafas, que debemos entender que eran de presbicia, por ser las lentes más sencillas de fabricar. Hay que imaginarse a las personas a quienes Elcano ofreciera estas gafas y pudieran necesitarlas, y que ni siquiera conociesen la existencia de este invento. Y de repente Elcano les ofrecía la posibilidad de una mejora en su vida tan enorme. Por eso, los testamentos de ambos capitanes nos hacen comprender de una manera mucho más rica a las personas de esta época.
—Finalmente llegan al Maluco y allí, en el otro extremo del mundo, va a producirse una guerra entre portugueses y españoles.
—Sí, los principales reinos se encuentran. Los españoles ya sospechaban que los portugueses estaban allí. De hecho, el cañón más grande que llevaban se llamaba En Portugal me esperan, lo cual es bastante significativo (risas). También seguramente por eso el líder de la expedición era un alto diplomático de Carlos I. Cuando los españoles llegan allí, son requeridos por los portugueses para que se entreguen, pero los españoles dicen que de eso ni hablar, que ellos traen orden de establecerse en aquellas islas, que pertenecen a la Corona castellana, y que por lo tanto quienes deben marchar son los portugueses. Estaban predestinados al enfrentamiento porque sus reyes no habían sido capaces de alcanzar un acuerdo que evitara ese choque. Y después esta guerra se alargó eternamente porque, aunque los monarcas sí terminaron acordando la posesión de las islas, esa información allí no llegó, o no lo hizo de la manera adecuada y los españoles no la creyeron, así que continuaron allí muchos años peleando cuando ya no tenía sentido hacerlo. Es una historia muy parecida en este sentido a la de “Los Últimos de Filipinas” o, mejor dicho, de “Los Héroes de Baler”.
—Y por si no hubiera suficientes elementos en esta historia, como has señalado antes, Cortés envía una armada para auxiliar a los de Loaysa.
—Lo de Cortés me parece algo de la épica más absoluta, porque ¿de cuántos recursos disponía Cortés para hacer esta armada? Evidentemente de pocos. Era una cuestión de prioridades. Él tenía allí en Nueva España que construir un nuevo reino entero y, sin embargo, destina recursos a la construcción de tres navíos. Y cuando Cortés escribe al rey contándole que esos navíos los tiene ya avanzados, este le pide que los envíe a las islas Molucas porque tiene de camino a los de Loaysa, que los busquen y que vean qué pueden necesitar, y que con esa información vuelvan a Nueva España. Y lo más sorprendente de todo es que llegan y los encuentran. Esto me parece absolutamente increíble, pese a que, de los tres navíos, hay dos que se pierden en mitad del Pacífico y nunca más sabremos de ellos. Es decir, es otra historia que mezcla dramatismo y épica, que se termina sumando a la historia de los de Loaysa, y en adelante ambas expediciones quedan ligadas, de manera que es imposible separarlas.
—Hay dos personajes secundarios que van a emerger como protagonistas, y curiosamente los dos empiezan la historia como criados. Uno es Andrés de Urdaneta, que era criado de Elcano, y el otro es Hernando de la Torre, que era criado de Loaysa.
—Urdaneta es alguien muy audaz que va a meterse en todos los líos de esta historia y que además la contará con mucha profusión. Nos han llegado dos grandes relaciones sobre el viaje de Andrés de Urdaneta que son oro puro, mejores que cualquier novela de aventuras. Por otra parte, Andrés de Urdaneta terminó convirtiéndose en uno de los mejores marinos de la historia porque sobrevivió y años después completó el primer tornaviaje, es decir, el primer viaje entre Asia y América, siendo además fraile agustino. La historia de Urdaneta es espectacular y este libro ayuda a comprender muy bien esta primera parte de su vida. Y luego está Hernando de la Torre, criado de Loaysa, a quien sus compañeros terminaron eligiendo como capitán. Era también una persona joven, que se había embarcado con 24 años y de quien, en aquel momento de la partida, nadie podía sospechar que recaerían sobre sus hombros la responsabilidad y, sobre todo, la dignidad de los españoles. Porque si algo reluce en la personalidad de Hernando de la Torre es la gran dignidad con la que siempre obró, cómo defendió el honor de los españoles y cómo fue fiel siempre a lo que el rey le había mandado. Trascribo una carta inédita que le dirigió a su padre y que es emocionante de principio a fin, donde muestra además una sensibilidad conmovedora. Fue un tipo extraordinario a quien había que reivindicar también.
—La historia de la primera vuelta al mundo tiene una importancia histórica muchísimo mayor que esta. Sin embargo, a pesar de que esta es la historia de una derrota, resulta fascinante porque se quedan años en el Maluco sin posibilidad de retorno, y aquí tenemos ingredientes de todo tipo: envenenamientos, traiciones, espionaje, diplomacia, intentos fallidos de tornaviaje, batallas navales… Hay una batalla que cuenta Urdaneta, en la que un barco castellano atraviesa toda la flota portuguesa, que es maravillosa. Es asombroso todo lo que pasa en esta historia.
—Así lo creo. Es una historia mucho más rica que la de la primera vuelta al mundo. Aparte de que es más larga, pasan muchas más cosas, con gente de un perfil muy similar. Por eso, a quien le guste la historia de la primera circunnavegación, creo que le tiene que gustar obligatoriamente la de esta segunda expedición, porque vamos a volver a darnos cuenta de los altos valores de los que toda esta gente hacía gala. Y aunque terminaron fracasando, en el sentido de que Castilla no se pudo quedar con aquellas islas, quienes fueron allí a cumplir las órdenes del rey siempre fueron fieles a ellas, y al final terminó quedando un grupo de hombres irreductibles que le dan un carácter aún más épico a esta historia, tan triste y tan humana. Por eso, creo que en ella quienes relucen son realmente las personas, sus protagonistas, y tratar las historias personales de esta gente es el punto de vista desde el que a mí siempre me ha atraído más estudiar la historia.
—Me llama la atención lo reducidos que eran los contingentes españoles y portugueses. Hay un momento en que cuentas que, tras una acción militar, los españoles logran reducir el número de portugueses a 50 hombres, pero que 5 días más tarde llegan 6 naves portuguesas de Malaca con un refuerzo de entre 150 y 200 hombres. Estamos hablando de una guerra que se lleva a cabo con números muy pequeños.
—Sí, se podrían haber rendido y no habría pasado nada, pero eran fieles a su palabra, a su condición y a sí mismos incluso, y eso hizo que muchos ese pensamiento no lo llevaran a cabo. Que sean tan pocos es una muestra de la dificultad del viaje. Ambos reinos tenían una dificultad extrema en conseguir enviar gente hasta allí. De las naves de Loaysa, habían zarpado siete y solo había llegado una, mientras que los portugueses tenían mucho más fácil alcanzar las islas de las Especias porque tenían el camino repleto de puertos que resultaban ser bases logísticas para hacer un viaje mucho más cómodo. Eso los españoles era imposible que lo tuvieran porque viajaban por el lado del Pacífico, así que para ellos era mucho más difícil llegar allí. La dificultad de conseguir poner a un hombre en el Maluco era altísima.
—Finalmente tienen que volver y Urdaneta, sin que se sepa muy bien por qué, pospone su regreso a España. Y tú en el libro expones una teoría muy bonita de por qué piensas que él tarda más en volver.
—La única explicación lógica y que le da todo el sentido sería que lo hiciera por su hija, que era demasiado pequeña en el momento en el que los demás marcharon, y que él tomase la decisión de quedarse algún tiempo más para que la niña creciera. No encuentro otra explicación a por qué Urdaneta prefiere quedarse más tiempo allí. Lo hace además con alguien que le es fiel, el piloto Macías del Poyo. Ambos se quedan allí cuidando a esa pequeña niña nacida de madre indígena. No hay rastro de la madre en las fuentes, pero sí sabemos que Andrés de Urdaneta trajo a su hija a España y que, posiblemente porque era demasiado pequeña, él tardó en volver más que sus compañeros.
—Al leer el libro, me ha dado la impresión de que esta historia de Gracia de Urdaneta te emociona especialmente. ¿Me equivoco?
—No, no te equivocas. Me emociona tal como lo acabo contando en el libro, con una Gracia de Urdaneta adulta, viuda, con hijos y en su casa allá en el País Vasco, en el pueblo donde había nacido su padre. Esa imagen de Gracia de Urdaneta ya mayor la obtengo a través de una fuente localizada en el Archivo Histórico Provincial de Guipúzcoa, y resulta emocionante darte cuenta de que aquella mujer mestiza tuvo una vida plena, completamente normalizada en el pueblo natal de su padre. Y quizá eso me hace reflexionar acerca de la hispanidad. A la hispanidad la caracteriza precisamente el mestizaje, así que Gracia de Urdaneta simboliza muy bien la hispanidad.
—En uno de los intentos fallidos de tornaviaje, Hernando de la Torre escribe una carta al emperador y le pide que se dé voz y fama a sus nombres. ¿Este libro es un intento por darles voz y fama a todos aquellos hombres de aquella expedición?
—Sí, absolutamente. Es un intento no solo de darles voz y fama, sino de reivindicarlos como gente de honor y valor, que merecen ser conocidos y reconocidos, algo que apenas alcanzan a día de hoy. Por eso he tratado de desentrañar quiénes fueron los marinos que acudieron en esta segunda expedición a la Especiería. De hecho, añado al libro un anexo final con una reseña de cada uno de ellos. Entre las expediciones de Loaysa y de Saavedra, suman más de 500 personas.
—En el listado de esas 500 personas aparecen dos mujeres: María y Margarita.
—Sí, ambas eran esclavas de dos capitanes. María era esclava de Loaysa, y Margarita del capitán de la nao San Gabriel, Rodrigo de Acuña. Es decir, eran personas que estaban ahí para su servicio personal, imagino que para cuidar de las ropas y cosas así, porque cada uno de los capitanes portaba un séquito importante de personas para su exclusivo servicio. La esclava de Loaysa, María, llevaba además un hijo pequeño, Rodrigo, y fue la primera mujer que cruzó el océano Pacífico de la que tengamos noticia de forma documentada. Alcanzó las islas de las Especias y vivió allí con los españoles por unos años, hasta que algunos se pasaron a los portugueses y ella lo hizo con ellos. A partir de ahí le perderemos la pista. La otra mujer, Margarita, iba a bordo del navío San Gabriel, que fue el que se volvió a España desde el Estrecho de Magallanes.
—¿Andas embarcado en algún nuevo proyecto? Porque me da que Urdaneta está llamando a tu puerta.
—Quizás me está pasando ahora lo que me pasó en su momento durante un buen tiempo con el libro de Loaysa, que yo renegaba de escribirlo, pero sin darme cuenta se estaba fraguando. Creo que estoy en esa situación, no sé si centrado en Andrés de Urdaneta o en la siguiente gran expedición que se organizó para cruzar el océano Pacífico, que fue la de Villalobos, porque en ambos casos tendría cosas que contar. Afortunadamente, hay mucho por navegar.
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