'The Brutalist' y su final explicado. Cómo el epílogo es tan importante para la película como su comienzo en su apabullante discurso sobre el arte
Pocas películas en los últimos años han reclamado una canonización casi inmediata como lo hace ‘The Brutalist’. No en tema de premios de industria, en los que se posiciona como una clara (y probablemente merecida) favorita, sino por cómo reclama ser discutida. Su propio diseño maximalista, con los publicitados intemedios y formato de Vistavisión, o exponer influencias de Francis Ford Coppola, Luchino Visconti o Paul Thomas Anderson de una forma tan clara para remarcar que estamos ante una obra que hay que comentar en términos grandes. Lejos de hacer que eso convierta a la película en un monumento tan imponente como imposible de habitar, casi como un edificio brutalista, Brady Corbet explora de manera concienzuda pero también con sinceridad la complicada naturaleza de la creación artística, un tema que también da pie a comentarla en términos de clásico instantáneo. Para una película que parece buscar apabullar, es realmente interesante cómo entra en ideas complejas sobre el proceso y decide complicarlas de la manera más adecuada, dejando espacio para que el espectador interprete y asimile todo lo que se está intentando plasmar. Es un interesante y arriesgado órdago en un momento que reclama inmediatez, y poner rápido en un pedestal a una película o despellejarla sin piedad. No muchas películas recompensan tanto reposarlas y empezar a pensar o incluso interrogar su contenido como ‘The Brutalist’, que además de relatarnos el arduo viaje de un artista personal y perfeccionista quiere entrar en jardines como la inmigración, la religión, el abuso de una forma sugerente y no exclamativa. Eso invita a que las interpretaciones inmediatas sean excesivamente literales, especialmente en un epílogo que es un triple salto mortal pero termina de alterar todo lo que estábamos viendo. Y haciéndolo mucho más fascinante. A partir de aquí spoilers de 'The Brutalist'. Este final nos remarca ese pequeño detalle que vemos nada más comenzar la película (que se encarga de recordarnos), antes incluso de que el personaje de Adrien Brody llegue a Estados Unidos, y resulta fundamental a la hora de interpretar la película. En una celebración histórica para la arquitectura, el personaje de László Tóth recibe una merecida retrospectiva a su obra, incluyendo el complejo proyecto que vemos en construcción casi toda la cinta. Una obra que, concluida, se tiene que sentir como un proyecto triunfal. El dolor de la creación en ‘The Brutalist’ Porque a pesar de todas las penurias sufridas, incluyendo una violación literal por parte del mecenas interpretado por Guy Pierce, el artista se salió con la suya. Un monumento aparentemente cristiano construido como las cárceles y campos de concentración de los que László y su esposa Erzsébet lograron escapar. Una elegía a su propia supervivencia y a la de los judíos que sufrieron el Holocausto. Al menos, eso es lo que nos dicen otros, no él. En Espinof Robert Pattinson protagoniza una película de terror diferente y asombrosa en el debut del director de 'The Brutalist', que puedes ver en streaming Porque en esa celebración a su persona nunca vemos al personaje de Brody pronunciar una palabra. Es su sobrina Zsófia la que nos presenta la obra como un monumento político y religioso, porque al final ‘The Brutalist’ está contada desde su perspectiva. La película comienza con ella siendo interrogada en el campo de concentración, y termina con ella impregnando sus experiencias en el trabajo de su tío, que al final del día se queda sin voz ni propiedad en torno a su arte de manera similar a cuando estaba construyéndolo. Estas decisiones de montaje de Corbet complican todo lo que estamos observando en ‘The Brutalist’, cuya conclusión más evidente podría ser la del sufrimiento que toca pasar a la hora de poder hacer arte (aquí arquitectura, pero aplicable también al cine). Las concesiones continuas que hay que hacer ante esos agentes peliagudos pero necesarios como son los que ponen el dinero, que necesitan creer tener el control y la victoria durante el proceso aunque sea machacando a esas mentes creativas que tanto alaban antes de comenzar a construir. La película podría haber romantizado todo el proceso al encontrar un halo de esperanza en esa victoria final, el artista encontrando la inmortalidad en lugar de los patronos y su obra desvelando ideas que perduran y se mantienen relevantes. Algo muy parecido a lo que cineastas como Damien Chazelle tratan de llegar en cintas como ‘Babylon’, pero Corbet decide retorcerlo todo recordando quién nos está contando esta historia, y cómo la celebración del destino con respecto al viaje está viciada por los intereses de otros. Manejando la perspectiva A lo largo de la historia vemos como Zsófia está ausente y mayormente en silencio, pero no por ello deja de marcar todo lo que estamos viendo. Su mayor diálogo es cuando anuncia
Pocas películas en los últimos años han reclamado una canonización casi inmediata como lo hace ‘The Brutalist’. No en tema de premios de industria, en los que se posiciona como una clara (y probablemente merecida) favorita, sino por cómo reclama ser discutida. Su propio diseño maximalista, con los publicitados intemedios y formato de Vistavisión, o exponer influencias de Francis Ford Coppola, Luchino Visconti o Paul Thomas Anderson de una forma tan clara para remarcar que estamos ante una obra que hay que comentar en términos grandes.
Lejos de hacer que eso convierta a la película en un monumento tan imponente como imposible de habitar, casi como un edificio brutalista, Brady Corbet explora de manera concienzuda pero también con sinceridad la complicada naturaleza de la creación artística, un tema que también da pie a comentarla en términos de clásico instantáneo. Para una película que parece buscar apabullar, es realmente interesante cómo entra en ideas complejas sobre el proceso y decide complicarlas de la manera más adecuada, dejando espacio para que el espectador interprete y asimile todo lo que se está intentando plasmar.
Es un interesante y arriesgado órdago en un momento que reclama inmediatez, y poner rápido en un pedestal a una película o despellejarla sin piedad. No muchas películas recompensan tanto reposarlas y empezar a pensar o incluso interrogar su contenido como ‘The Brutalist’, que además de relatarnos el arduo viaje de un artista personal y perfeccionista quiere entrar en jardines como la inmigración, la religión, el abuso de una forma sugerente y no exclamativa. Eso invita a que las interpretaciones inmediatas sean excesivamente literales, especialmente en un epílogo que es un triple salto mortal pero termina de alterar todo lo que estábamos viendo. Y haciéndolo mucho más fascinante.
A partir de aquí spoilers de 'The Brutalist'.
Este final nos remarca ese pequeño detalle que vemos nada más comenzar la película (que se encarga de recordarnos), antes incluso de que el personaje de Adrien Brody llegue a Estados Unidos, y resulta fundamental a la hora de interpretar la película. En una celebración histórica para la arquitectura, el personaje de László Tóth recibe una merecida retrospectiva a su obra, incluyendo el complejo proyecto que vemos en construcción casi toda la cinta. Una obra que, concluida, se tiene que sentir como un proyecto triunfal.
El dolor de la creación en ‘The Brutalist’
Porque a pesar de todas las penurias sufridas, incluyendo una violación literal por parte del mecenas interpretado por Guy Pierce, el artista se salió con la suya. Un monumento aparentemente cristiano construido como las cárceles y campos de concentración de los que László y su esposa Erzsébet lograron escapar. Una elegía a su propia supervivencia y a la de los judíos que sufrieron el Holocausto. Al menos, eso es lo que nos dicen otros, no él.
Porque en esa celebración a su persona nunca vemos al personaje de Brody pronunciar una palabra. Es su sobrina Zsófia la que nos presenta la obra como un monumento político y religioso, porque al final ‘The Brutalist’ está contada desde su perspectiva. La película comienza con ella siendo interrogada en el campo de concentración, y termina con ella impregnando sus experiencias en el trabajo de su tío, que al final del día se queda sin voz ni propiedad en torno a su arte de manera similar a cuando estaba construyéndolo.
Estas decisiones de montaje de Corbet complican todo lo que estamos observando en ‘The Brutalist’, cuya conclusión más evidente podría ser la del sufrimiento que toca pasar a la hora de poder hacer arte (aquí arquitectura, pero aplicable también al cine). Las concesiones continuas que hay que hacer ante esos agentes peliagudos pero necesarios como son los que ponen el dinero, que necesitan creer tener el control y la victoria durante el proceso aunque sea machacando a esas mentes creativas que tanto alaban antes de comenzar a construir.
La película podría haber romantizado todo el proceso al encontrar un halo de esperanza en esa victoria final, el artista encontrando la inmortalidad en lugar de los patronos y su obra desvelando ideas que perduran y se mantienen relevantes. Algo muy parecido a lo que cineastas como Damien Chazelle tratan de llegar en cintas como ‘Babylon’, pero Corbet decide retorcerlo todo recordando quién nos está contando esta historia, y cómo la celebración del destino con respecto al viaje está viciada por los intereses de otros.
Manejando la perspectiva
A lo largo de la historia vemos como Zsófia está ausente y mayormente en silencio, pero no por ello deja de marcar todo lo que estamos viendo. Su mayor diálogo es cuando anuncia a su familia su decisión de mudarse a Israel, con el amparo de la familia de su marido y la promesa de la nacionalidad instantánea. Básicamente lo mismo que hizo a su tío dirigirse a Estados Unidos, que busca la ciudadanía y la oportunidad de prosperar de igual modo que lo hizo su primo. Otra manera de plegar sus experiencias con las del artistas para establecer una visión común.
Existe la posibilidad de que el propio arquitecto tuviera esas intenciones que relata otra persona por él. También puede ser su gran acto de amor a su añorada esposa, ya que detalles de su campo de concentración se incluyen también en el monumento en orden de tratar de subvertir su dolor. El personaje de Felicity Jones ocupa también un espacio bastante incómodo en la historia, algo que se empieza a comprender dada la complicada relación que mantenía con su sobrina, especialmente por su negativa inicial a dirigirse a Israel con ellos.
Ambas interpretaciones pueden ser auténticas y complementarias, o ninguna de ellas puede serlo. Al fin y al cabo, el verdadero autor está silenciado en ese momento tan crucial y su voluntad queda diluida mientras su obra pasa a pertenecer al plano público. El monumento pasa a tener sólo el significado que queramos darle, o el que nos digan que debemos darle, haciendo agridulce la supuesta última victoria de un artista que supo dejar subyacer su trabajo mientras otros trataban de apropiárselo.
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'The Brutalist' y su final explicado. Cómo el epílogo es tan importante para la película como su comienzo en su apabullante discurso sobre el arte
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Espinof
por
Pedro Gallego
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