Tal vez viajar, de Ricardo Martínez Llorca
Este libro es un homenaje, además de un lamento, a esa forma de conocer el mundo que es viajar en busca de la belleza. Porque, como dice el autor en estas páginas, el viaje no tiene sentido si no viene acompañado de belleza, amistad y solidaridad. En Zenda ofrecemos las primeras páginas de Tal vez... Leer más La entrada Tal vez viajar, de Ricardo Martínez Llorca aparece primero en Zenda.
Este libro es un homenaje, además de un lamento, a esa forma de conocer el mundo que es viajar en busca de la belleza. Porque, como dice el autor en estas páginas, el viaje no tiene sentido si no viene acompañado de belleza, amistad y solidaridad.
En Zenda ofrecemos las primeras páginas de Tal vez viajar (La Huerta Grande), de Ricardo Martínez Llorca.
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Siempre serás un musungu
Pasarse la vida soñando y encontrarse con que las constelaciones pueden ser tan maravillosas como las huellas que dejan los pájaros en el barro. Viajar hasta las constelaciones o quedarse a observar cómo los gorriones picotean en el césped mal cuidado del parque, junto a tu casa, mientras sacas a pasear al perro después de la lluvia. En cualquiera de los dos casos, sentir como se sentía mi amigo en Zambia, que a pesar de haber vivido allí, en el territorio del que estaba enamorado, durante más de dos décadas, seguía lamentándose: «Siempre serás un musungu».
Uno puede sentirse desterrado en el corazón de África o en los jardines públicos de la ciudad donde nació. Para evitar ser un musungu, intentamos adoptar los usos locales, aunque es posible que lo único que estemos haciendo, a la hora de la verdad, sea evitar ser devorados, o al menos intentarlo. No podemos impedir preguntarnos, entonces, qué satisfacción es esta que sentimos mientras tratamos de que no se nos devore mientras nos figuramos que estamos en tierra extranjera, buscando torpemente una plenitud que ignoramos en qué consiste, dejando que la materia de la que estamos hechos pasee por un trozo de mundo.
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Todo destino se nos hace rudo, y en buena medida es esa rudeza la que queremos dominar cuando salimos de viaje. Aquí, en nuestro lugar de origen, donde vivimos casi todos los días, nos puede lo cotidiano, pues no tenemos armas ni munición contra la realidad. Allí, en el extranjero, nos podremos inventar y convertirnos en una auténtica fortaleza.
Pero la madurez, la misma a la que apelaba Hugo de San Víctor, empieza a alcanzarse cuando uno descubre que, dondequiera que uno se encuentre, nadie vendrá a abrigarlo y alimentarlo. No nos referimos únicamente a conseguir ropa y algo para comer, nos referimos a que viajar es incómodo. Puede ser maravilloso, pero es incómodo.
Uno de los temas centrales de vivir es la dificultad de encontrar nuestro sitio en la tierra, un aprieto al que cabe añadir, durante el viaje, la dificultad de hacernos entender de forma explícita, que es lo contrario de lo que suponemos que existe en la vida doméstica o en el trabajo, cuando la apariencia de conseguir que nos entiendan está presente y, de hecho, acostumbra a ser las paredes del callejón contra las que nos estrellamos constantemente intentando salir del lugar en el que nos figuramos encerrados. Tal vez por eso agrade el viaje, porque saca a flor de diálogo el eje de nuestro malestar común: la casi imposibilidad de hallar nuestro lugar en el mundo, la conciencia de sentirnos siempre, como mi amigo, un musungu en Zambia.
Mi amigo se alistó de niño en una orden religiosa porque tenía claro que para él ser un hombre libre significaba vivir en África. Y sabía que esa ruta, la que pasaba por la Iglesia católica, era la más corta hacia su jardín del edén. Aunque bien pudiera leerse una paradoja en su decisión, porque se puede interpretar que la jerarquía de la Iglesia como institución pretende manipular la conciencia y la libertad, al tiempo que su ideología sostiene que el ideal consiste en la conciencia liberada.
Este amigo fue mi profesor cuando yo tenía trece años, me suspendió, me mandó a la recuperación de septiembre y me escribió una carta desde Zambia, a los pocos meses de empezar el nuevo curso, durante mi primera etapa en octavo de EGB. Saludó así a todos los que fuimos sus alumnos y yo respondí. Desde entonces no hemos perdido el contacto.
Viajé a Zambia con menos de 30 años, para visitarlo, y ahora, al revisar el itinerario en mi memoria, me doy cuenta de que allí se fraguó ese debate que mantengo con mi espíritu y mis escrúpulos, acerca de qué idea de planeta debo sostener, o cuál es la idea de planeta que me sostiene a mí: por un lado es un hogar, una morada con sus terrazas, sus jardines, sus simpatías, su calor y su belleza; y por el otro es un territorio muy austero, con sus oasis, un lugar al que hemos venido a exiliarnos, porque es imposible encontrar nuestro sitio, y en el que apenas estamos de paso, lo que nos lleva con demasiada frecuencia al temor y al lamento, a reconocer que el miedo y la tristeza son hermanos gemelos.
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Autor: Ricardo Martínez Llorca. Título: Tal vez viajar. Editorial: La Huerta Grande. Venta: Todostuslibros.
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