La religión católica en la Gran Armada
La presencia de religiosos en la Gran Armada , como en todas las expediciones españolas, era algo usual y dentro de la normalidad. Respondía, desde hacía siglos, al cometido de la monarquía hispánica de erigirse en defensora de la...
La presencia de religiosos en la Gran Armada, como en todas las expediciones españolas, era algo usual y dentro de la normalidad. Respondía, desde hacía siglos, al cometido de la monarquía hispánica de erigirse en defensora de la religión cristiana y católica como continuadora de la fe de la Roma cristiana.
Fácilmente, pueden identificarse estos componentes religiosos en el motivo de las banderas, flámulas y estandartes que portaban las naves. Recordemos que el adagio «Exsurge Deus et vindica causam tuam¹», era el lema de la empresa de Inglaterra.
El rey Felipe II, antes de partir la Gran Armada desde Lisboa, había comunicado a los obispos de España la necesidad de ofrecer oraciones y plegarias, así como misas solemnes. Pedían al Cielo, el éxito de la empresa de Inglaterra para que la Divina voluntad del Señor enderece y encamine los acontecimientos para exaltación de su Iglesia, y contribuya al bien y a la conservación de la cristiandad, propósito íntimo, personal y sincero, de Felipe II.
Tanta era su fe, que el monarca pasaba dos o tres horas al día reclinado ante el Santísimo Sacramento. En Roma, los fieles rezaban por turno en las iglesias de Portugal, Aragón y Castilla. El pueblo de Francia elevaba rogativas en Bretaña. Génova, oraba en todos los monasterios y lugares píos y sagrados. En todas las parroquias de España se rezaba «la letanía de las 40 horas».
El duque de Medina Sidonia adoptó medidas para que la conducta de los marinos y el ejército fuese moralmente irreprochable en la travesía. En despacho firmado a bordo del navío San Martín, a la altura de Belem, el 21 de mayo de 1588, ordenó que toda la gente de mar y de guerra subieran a los navíos confesados y comulgados, así con gran contrición de sus pecados.
Ordenó a su confesor que absolviera por adelantado de los excesos y pecados que sus hombres pudieran cometer tanto a bordo de la flota como en tierra inglesa.
Los mandos de la flota debían tener especial cuidado de que ningún soldado o marinero o cualquier otra persona embarcada, blasfemara o renegase de nuestro Señor Jesucristo, ni de Nuestra Señora, ni de los santos. Aquellos infractores serían castigados y reprendidos².
Además, se prohíbe en la Armada a mujeres públicas o privadas, ordenando a los capitanes que no las permitan embarcar. Queda prohibido el juego, sea o no ilícito, y que nadie juegue por la noche bajo cualquier concepto. Además, se ordena la suspensión de todas las pendencias, desafíos e injurias que ha habido y hasta un mes después de finalizar la jornada de Inglaterra, bajo penas severas. La infracción de esta prevención sería equivalente a traición y por ello castigada con la pena de muerte.
Todas las mañanas los pajes, según costumbre marinera, darán los buenos días al pie del mástil mayor, cantando la Salve y, al anochecer, recitarán el Ave María y, obligatoria, los sábados con su letanía³.
El tiempo era medido con un reloj de arena de 30 minutos y cada turno era acompañado de una breve oración. Como documenta Parker, ocho de estas medias horas marcaban el relevo de una guardia de 4 horas.
Entre los soldados y la gente de mar debe imperar gran conformidad y amistad, y están obligados a un trato amigable que impida diferencias y ruidos ni otras ocasiones de escándalo. Queda prohibido que la gente lleve dagas y, si surgiere algún escándalo, el causante sea castigado con rigor.
Es conocida la respuesta que dio un alto mando de la Gran Armada a un representante del papa en Lisboa. Le formuló la siguiente pregunta⁴:
— Si se encuentra con la Armada inglesa en el Canal, ¿espera ganar la batalla?: — Por supuesto, respondió el oficial.
—¿Cómo puede estar tan seguro?, repreguntó el representante vaticano. El oficial declaró:
«Es bien sabido que luchamos por la causa de Dios. Así que, cuando nos encontremos con los ingleses, Dios, seguramente, arreglará las cosas de manera que podamos alcanzarlos y abordarlos, ya sea enviando algún extraño fenómeno meteorológico o, más probablemente, simplemente privando a los ingleses de su ingenio. Si podemos llegar a un acuerdo, el valor y el acero españoles (y las grandes masas de soldados que tendremos a bordo) harán que nuestra victoria sea segura. Pero a no ser que Dios nos ayude con un milagro, los ingleses, que tienen barcos más rápidos y manejables que los nuestros, y muchos más cañones de largo alcance, y que conocen su ventaja tan bien como nosotros, nunca se acercarán a nosotros, sino que se mantendrán alejados y nos harán pedazos con sus culebrinas, sin que podamos hacerles ningún daño serio. Así que navegamos contra Inglaterra con la confiada esperanza de un milagro».
La fe de los oficiales y la tropa era generalizada. Esta fe es la misma que aquella que enarbolaban otros capitanes españoles cuando se lanzaron a mares desconocidos para encontrar otras rutas, otras tierras… y otros continentes, en navegación abierta en océanos inexplorados. Cuando bogaban a lo desconocido, a espacios señalados en los mapas con la temible leyenda: «hic sunt dracones», solo su fe era el asidero robusto que disipaba sus temores y angustias extremas de muerte.
Se encontraban embarcados en la flota un gran número de religiosos de diversas órdenes, unos 230, más 30 jesuitas⁵.
Juan B. Lorenzo de Membiela
¹Su traducción: «Álzate, oh Dios, a defender tu causa ».
²Fernández Duro, C. «La Armada Invencible»» t. II , Ed. Sucesores de Rivadeneira, Madrid, 1885, pp. 23 y ss..
³Parker, Geoffrey, « La Gran Armada: Una nueva historia de la mayor flota jamás vista desde la creación del mundo » Editorial Planeta, p. 56.
⁴Atribuida por Mattingly a una carta de Muzio Buongiovanni, recaudador del papa en Lisboa. Aunque el paradero de esta es incierto. Parker no la encontró y tampoco Tellechea Idígoras, vid. Parker, Geoffrey, « La Gran Armada: Una nueva historia de la mayor flota jamás vista desde la creación del mundo » cit., p. 58, nota al pie 57.
⁵González-Aller Hierro, J.I., De Dueñas Fontán. M., Calvar Gross, J y Mérida Valverde. M.C., La batalla del mar Océano, v. 4,t. II, Ministerio de Defensa-Armada Española, Madrid, 2017, p. 386.