Homenaje a Cristina Macaya
Cristina Macaya falleció el 2 de marzo, en breve hará dos años y hemos querido adelantarnos al homenaje que Mallorca le debe. Se fue en paz en su casa mallorquina, la misma donde durante tantos años nos ha hecho soñar a los que fuimos sus amigos. Es Canyar, ya mítica, ha muerto con ella. Fue … Continuar leyendo "Homenaje a Cristina Macaya"
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Cristina Macaya falleció el 2 de marzo, en breve hará dos años y hemos querido adelantarnos al homenaje que Mallorca le debe. Se fue en paz en su casa mallorquina, la misma donde durante tantos años nos ha hecho soñar a los que fuimos sus amigos. Es Canyar, ya mítica, ha muerto con ella. Fue su reino particular, el lugar desde donde ha podido crear un mundo a su medida, alejado de todo atisbo de vulgaridad y donde todos los que éramos recibidos recibíamos una máxima que hemos cumplido a rajatabla, educación y discreción, siempre. Y nada de dramas.
Escribir de ella en pasado resulta extraordinariamente extraño pues pese a que su enfermedad ha sido larga y el desarrollo el esperado los que estuvimos con ella en su última gran fiesta en casa de su buena amiga Maite Arias, vimos a la Cristina de siempre. Elegante, maravillosamente vestida, atractiva, con sentido del humor y unas ganas de vivir más propias de una joven de 15 años que de una señora que ya había cruzado la barrera de los setenta. Claro que cuando eso ocurrió lo hizo subida a unas plataformas imposibles y enfundada en un vestido de colores que se pegaba como un guante a su esbelta figura, perfecto para alcanzar las velas de su tarta, y encaramada a una mesa del restaurante de Can Alomar, donde recibió una fiesta sorpresa organizada por sus amigos más cercanos.
Su círculo social en Mallorca era de lo más variopinto porque la madrileña no excluía a nadie y ésa era su grandeza. En su casa sentaba a la mesa a príncipes reales junto a estrellas de Hollywood, artista locales y algún que otro periodista local que le gustara. En ese mundo hoy ya irreal, que existió, que fue Es Canyar, las fiestas eran de verdad. Todo era mágico, las mesas perfectamente dispuestas, los bufets que se servían bien en la jaula del jardín, entre los naranjos que cuidaba con mimo, o en la tafona que usaba de gran salón y comedor para las reuniones de invierno. Sobre las piedras ponía sus platos preferidos y nos colocaba a la mesa para que nos conociéramos, si ése era el menester, o para que disfrutáramos de la conversación y la tertulia.
Por esa jaula ha pasado el quién es quién de la Mallorca de los últimos 30 años, desde Michael Douglas y su esposa Catherine Z. Jones a Alfonso Cortina y Elene Cué, Loles León o Pepa Charro, Elena Benarroch, sus íntimos Juan Nadal y Pepa Juan, que la han cuidado como a una hermana, o los políticos, que por supuesto nunca faltaron, al igual que todas aquellas personas que tuvieran una función positiva en nuestra sociedad.
Almuerzos en el comedor de invierno con la chimenea encendida y cenas en el comedor de gala, junto al gran salón oliendo a nuestra anfitriona preferida. Marieta Salas, Marta Gayá y tantas grandes damas de nuestra sociedad brillaban en esas noches inolvidables e íntimas de invierno en las que recibía mejor que nunca.
Cristina podría haber elegido Madrid, Gstaad o Marrakech, donde tenía casas abiertas durante todo el año por si alguno de sus amigos o conocidos quería usarlas. Adoraba esos lugares dotados siempre de un confort y una belleza únicos. En Madrid está su casa de recién casada, una gran casa en La Moraleja; en Suiza está la casa de sus inviernos, el lugar donde le gustaba cocinar y jugar a las cartas junto a las personas más relevantes de la sociedad internacional; y en Marrakech, su refugio de los últimos años. Un lugar que descubrió gracias a sus íntimos Ben Jakober y Yannick Vu. Junto a ellos compró preciosos apartamentos y se introdujo por completo en el exotismo de ese lugar desértico y bello.
Cristina no disfrutaba al leer o escuchar que era la gran anfitriona de Mallorca. Respondía que las había mejores, pero no estoy de acuerdo en absoluto. No tenemos ni su seguridad, ni su aguante y mucho menos su inteligencia para acoger como ella lo hacía. Sus invitados, desde los príncipes Michael de Kent, Marisa Berenson, Bill Clinton, George Bush o la peletera Elena Benarroch, recibían el desayuno en su habitación cada mañana a la hora convenida y siempre siguiendo sus gustos. Si no tenían plan, Cristina se ocupaba de que lo hubiera y si deseaban descansar, se lo facilitaba, aunque lo más importante es que toda esa gente, a priori inaccesible, se convertía en uno más de cualquier reunión gracias a esa generosidad social de la que antes les hablaba.
Tomeu Català y Proyecto Hombre se beneficiaron de esa forma de ser que buscaba relacionarnos a todos para un objetivo común, también lo hizo la cárcel de mujeres que se inauguró en Palma gracias a su empeño y a la entonces directora general de prisiones, y las personas que sufren enfermedades raras, en un momento en que nadie se ocupaba de esas cosas minoritarias y de poco lucimiento social.
Sin embargo, ese lucimiento también formaba parte de nuestra amiga única, a la que echaremos de menos todos los que la conocimos, pues era una mujer mágica, capaz de teñir lo gris de colores y mucha fantasía, de reírse de sí misma y de sufrir cualquier decepción arropaba por lo que ella necesitaba. Su inmensa habitación de Es Canyar, donde falleció, con su terraza refrescante y el vestidor soñado que sólo mostraba a unos pocos. Una cueva de Alí Babá donde la alta costura se mezclaba sin complejos con piezas de mercadillo que combinaba con joyas deslumbrante o bisutería vistosa que iba comprando por el mundo. Cristina ha sido fundamental para entender la Mallorca y la España de los últimos 40 años, pues sin ella nada habría sido lo mismo. Ni lo será.
Viuda con cuatro hijos que había que sacar adelante en soledad
Conocí a Cristina Macaya hace ya muchos años y desde el primer momento sentí que me acogía una amiga, pero una amiga de las exigentes. Cristina Macaya, en realidad Cristina López-Mancisidor adoptó el apellido de su marido Javier Macaya en cuanto la pareja comenzó a viajar a Estados Unidos, donde es habitual que los matrimonios compartan apellido. María Macaya, la más joven de sus hijos, todavía no había nacido cuando falleció su padre. Contaba Cristina que de vuelta de un viaje a Alicante su marido se había sentido indispuesto y ella había decidido ponerse al volante para llegar cuanto antes a su casa de La Moraleja en Madrid. Cuando arribaron, su esposo, el hombre que más amó y con el que se había casado siendo una niña, ya había muerto. Este hecho, y el quedarse viuda con cuatro hijos que había que sacar adelante en soledad, marcó su vida para siempre.
Lejos de acobardarse, la todavía joven madrileña, dotada de una belleza excepcional y una mente abierta y rápida, extremadamente moderna pero también conservadora para las cosas que consideraba más importantes, cosas tan simples como la buena educación, la discreción y la lealtad, comenzó su andadura en solitario recibiendo el apelativo «cariñoso» de la viudita. Una joven viuda sí, pero no cobarde, que decidió seguir adelante y forjarse una carrera profesional que la llevó a presidir la Cruz Roja. Uno de sus grandes éxitos fue crear el famoso Sorteo del Oro y al mismo tiempo implicarse cada vez más activamente en la vida social internacional y nacional, donde sabía que estaba su lugar si quería un futuro para ella y sobre todo para sus hijos. No se equivocó, ya que en pocos años se convirtió desde la discreción en uno de sus referentes.
Había una fuerza excepcional en el cuerpo de esa mujer extremadamente tímida y sin embargo capaz de sortear todo tipo de situaciones excepcionales donde la timidez no suele ser de gran ayuda. Era valiente, necesitaba el cariño cerca y lo tuvo, a raudales. Cristina dejó 4 hijos, yernos y un montón de nietos a los que adoraba y exigía. Ése es su legado. Gracias, gracias, gracias por abrir para mí las puertas de tu casa a la televisión, por darme entrevistas que no te gustaba conceder pues decías que los que más saben callan, gracias por acogerme cuando más lo necesité y gracias por tus consejos de hermana mayor que tanto bien me hicieron, a mí y a los míos, gracias por tus abrazos y por cruzar tus manos con las mías en tantas ocasiones. Te quiero.