Un menor que se fuga de un centro tutelado es una bomba de relojería. A él llega como víctima, pero como el agua y el aceite, por mor de sus circunstancias personales y la sociedad movediza por la que se filtra con sigilo, puede terminar en una mala mezcla. De víctima a agresor, o aún más herido y con las peores consecuencias posibles. Ángeles y demonios en pocas horas. Precisamente porque carecen de privación de libertad usan la huida como salvoconducto hacia su peor desamparo: el abismo sin línea de vida. Pegan a sus padres o sufren el maltrato de los progenitores y son rescatados del sufrimiento para una supuesta vida mejor que puede que les llegue, o acabe dándose...
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