"Mi pareja de 20 años me destrozó la vida, ¿cómo superar el amor que siento si no puedo perdonarle?"
'Está bien sentir' es un espacio de conversación con la poeta y escritora Sara Torres ('La seducción', Reservoir Books). Envíanos tus reflexiones y preguntas, tus deseos de indagar sobre una realidad, un vínculo, un placer o un duelo“Estoy viviendo el duelo de una persona pilar en mi vida lejos del entorno donde ella vivía y siento aún más su ausencia, ¿qué hago?” Mi pareja de 20 años me destrozó la vida de un día para otro. Cómo superar el amor que aún siento hacia alguien que no puedo perdonar por la gravedad de las cosas que me ha hecho. Pensé que siempre le tendría como pareja o amigo, era mi familia María R. — lectora de elDiario.es No he sabido qué escribir. He leído el enunciado muchas veces y una y otra me he quedado anclada en la primera frase. Me he preguntado ¿qué significa destrozar una vida? ¿Quién tiene y cómo se adquiere la potestad o la potencia para destrozar la vida de otra? Destrozar: romper en pedazos, fragmentar. Un atentado contra el orden de las cosas. Aniquilar completamente, con una violencia que sugiere lo irreversible. Interrumpir la forma. Se puede, ciertamente, interrumpir un plan, un orden, un mapa. Pero cuando hablamos de una vida, ¿nos referimos solamente a un estado de las cosas tal y como eran antes de un gran dolor? Porque la vida es, esencialmente, potencia de adaptación, de afirmación, de deseo, destrozar una vida debe significar interrumpir no un modelo de vida, sino una potencia de existir alegre, unos caminos de la imaginación, la posibilidad de la esperanza de una vida vivible. En su libro Borderlands/La Frontera: The New Mestiza, Gloria Anzaldúa escribe sobre los procesos de abandono y entrega a lo todavía desconocido, después de haber atravesado un seísmo interior. Anzaldúa decía que para atravesar un gran daño es necesaria una revolución del espíritu. Una renovación integral de la configuración material-psíquica del sujeto y de sus formas de relacionarse con el mundo. Cuando recibimos un impacto hemos de estar dispuestas a ser una agitación, a habitar el caos que ha dejado la violencia sufrida. El propio caos no ha de evitarse porque posee en sí mismo el movimiento necesario para que la vida se encuentre a sí misma de nuevo. El propio caos no ha de evitarse porque posee en sí mismo el movimiento necesario para que la vida se encuentre a sí misma de nuevo Para revivir todo en una ha de agitarse. Renunciar a entrar en el caos nos mantiene fijas y dependientes del orden anterior, que ya nada aporta más que la repetición del camino de la herida: “El caos y la desintegración nos llevarán a la re-organización, a un nuevo orden y un nuevo tipo de ser en el mundo” escribe Anzaldúa. Aceptar entrar en el caos es entonces un movimiento de des-identificación con narrativas del pasado, con ideas sobre el ser y sobre el mundo, que ya no nos sirven para sobrevivir. El amor como fuerza afectiva se da en nosotras, desde nosotras, pero no se experimenta como algo sólo nuestro. Tiene que ver con los mundos de relación de los que formamos parte, por eso a veces, cuando apasionadamente el amor tenía una dirección y esta se frustra, sentimos que nuestra potencia amorosa se queda atrapada. Después de exponernos a la violencia de un viraje de sentido inesperado, el amor se nos queda deprimido, enganchado en vínculos e historias que, aunque solamente provean dolor, nuestra mente transita una y otra vez. Este camino de repetición es agotador y a la vez creo que cumple una función. El problema es cuando, por miedo a dejar ir, a experimentar el desorden completo, al repetir una y otra vez el camino del bienestar perdido generamos nuevos mapas de relación con una realidad ya agotada, fantasmagórica. Después de exponernos a la violencia de un viraje de sentido inesperado, el amor se nos queda deprimido, enganchado en vínculos e historias que, aunque solamente provean dolor, nuestra mente transita una y otra vez Escribe Anne Dufourmantelle en su libro En caso de amor: “La repetición es una legitimación. Usted repite sobre todo aquello de lo que quiso huir, eso que lo ha hecho sufrir, pero ¿por qué? Para de alguna manera perdonar. Legitimar retroactivamente un sufrimiento pasado. Nadie es culpable, ni usted, ni ellos, no podría haber sido de otra manera, la vida es así. Como si la fatalidad señalara la posibilidad misma de la supervivencia. Esta lealtad nos encegue, nos desborda. Es como un instinto sacrificial que haría remontar la escena traumática tan bien enterrada desde el limbo hasta el presente”. A veces, desde un punto de vista narrativo, considerando cómo nos contamos y cómo contamos a las otras la realidad de nuestra vida, esa ciega lealtad con la experien
'Está bien sentir' es un espacio de conversación con la poeta y escritora Sara Torres ('La seducción', Reservoir Books). Envíanos tus reflexiones y preguntas, tus deseos de indagar sobre una realidad, un vínculo, un placer o un duelo
“Estoy viviendo el duelo de una persona pilar en mi vida lejos del entorno donde ella vivía y siento aún más su ausencia, ¿qué hago?”
Mi pareja de 20 años me destrozó la vida de un día para otro. Cómo superar el amor que aún siento hacia alguien que no puedo perdonar por la gravedad de las cosas que me ha hecho. Pensé que siempre le tendría como pareja o amigo, era mi familia
No he sabido qué escribir. He leído el enunciado muchas veces y una y otra me he quedado anclada en la primera frase. Me he preguntado ¿qué significa destrozar una vida? ¿Quién tiene y cómo se adquiere la potestad o la potencia para destrozar la vida de otra?
Destrozar: romper en pedazos, fragmentar. Un atentado contra el orden de las cosas. Aniquilar completamente, con una violencia que sugiere lo irreversible. Interrumpir la forma.
Se puede, ciertamente, interrumpir un plan, un orden, un mapa. Pero cuando hablamos de una vida, ¿nos referimos solamente a un estado de las cosas tal y como eran antes de un gran dolor? Porque la vida es, esencialmente, potencia de adaptación, de afirmación, de deseo, destrozar una vida debe significar interrumpir no un modelo de vida, sino una potencia de existir alegre, unos caminos de la imaginación, la posibilidad de la esperanza de una vida vivible.
En su libro Borderlands/La Frontera: The New Mestiza, Gloria Anzaldúa escribe sobre los procesos de abandono y entrega a lo todavía desconocido, después de haber atravesado un seísmo interior. Anzaldúa decía que para atravesar un gran daño es necesaria una revolución del espíritu. Una renovación integral de la configuración material-psíquica del sujeto y de sus formas de relacionarse con el mundo. Cuando recibimos un impacto hemos de estar dispuestas a ser una agitación, a habitar el caos que ha dejado la violencia sufrida. El propio caos no ha de evitarse porque posee en sí mismo el movimiento necesario para que la vida se encuentre a sí misma de nuevo.
El propio caos no ha de evitarse porque posee en sí mismo el movimiento necesario para que la vida se encuentre a sí misma de nuevo
Para revivir todo en una ha de agitarse. Renunciar a entrar en el caos nos mantiene fijas y dependientes del orden anterior, que ya nada aporta más que la repetición del camino de la herida: “El caos y la desintegración nos llevarán a la re-organización, a un nuevo orden y un nuevo tipo de ser en el mundo” escribe Anzaldúa. Aceptar entrar en el caos es entonces un movimiento de des-identificación con narrativas del pasado, con ideas sobre el ser y sobre el mundo, que ya no nos sirven para sobrevivir.
El amor como fuerza afectiva se da en nosotras, desde nosotras, pero no se experimenta como algo sólo nuestro. Tiene que ver con los mundos de relación de los que formamos parte, por eso a veces, cuando apasionadamente el amor tenía una dirección y esta se frustra, sentimos que nuestra potencia amorosa se queda atrapada. Después de exponernos a la violencia de un viraje de sentido inesperado, el amor se nos queda deprimido, enganchado en vínculos e historias que, aunque solamente provean dolor, nuestra mente transita una y otra vez. Este camino de repetición es agotador y a la vez creo que cumple una función. El problema es cuando, por miedo a dejar ir, a experimentar el desorden completo, al repetir una y otra vez el camino del bienestar perdido generamos nuevos mapas de relación con una realidad ya agotada, fantasmagórica.
Después de exponernos a la violencia de un viraje de sentido inesperado, el amor se nos queda deprimido, enganchado en vínculos e historias que, aunque solamente provean dolor, nuestra mente transita una y otra vez
Escribe Anne Dufourmantelle en su libro En caso de amor:
“La repetición es una legitimación. Usted repite sobre todo aquello de lo que quiso huir, eso que lo ha hecho sufrir, pero ¿por qué? Para de alguna manera perdonar. Legitimar retroactivamente un sufrimiento pasado. Nadie es culpable, ni usted, ni ellos, no podría haber sido de otra manera, la vida es así. Como si la fatalidad señalara la posibilidad misma de la supervivencia. Esta lealtad nos encegue, nos desborda. Es como un instinto sacrificial que haría remontar la escena traumática tan bien enterrada desde el limbo hasta el presente”.
A veces, desde un punto de vista narrativo, considerando cómo nos contamos y cómo contamos a las otras la realidad de nuestra vida, esa ciega lealtad con la experiencia del daño se convierte en un obstáculo para la movilidad del deseo y de los afectos alegres. La lealtad hacia aquello que nos rompió en pedazos es una forma justa de reconocer la intensidad de un impacto, y también un homenaje a la importancia de una realidad perdida. Pero a la larga, restringe nuestra imaginación y genera identidades menos capaces del deseo y la alegría. ¿Puede una estar destrozada y aceptar su ser en pedazos? Vivir desde la nueva movilidad que inaugura la vida rota, sin intentar reparar la narrativa con gestos de otro tiempo. Anzaldúa nos invita a reconocer el estado fragmentado como un estado habitable, y no como un accidente que rápido debemos superar.