El Auditorio Nacional de Madrid es un campo de batalla. Los movimientos bruscos con los codos del maestro azotan los violines, de forma que una brisa se levanta desde el escenario. Los arcos atraviesan la sala y pasa de nuevo un aura de música por las butacas. Es el viento de la música, el huracán de la Royal Concertgebouw Orchestra, la brisa radiante de Europa. Todo esto, bajo una batuta eléctrica, determinante, firme. Es la batuta de Klaus Mäkelä. El maestro finlandés hurga en las partituras como si quisiera arrancar cada una de las notas y arrojarlas a la audiencia casi sin piedad. En ocasiones dirige solo con los ojos, a veces baila, a veces parece gritar en silencio. Son...
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