El centenario de Martín Gaite, la escritora a la que le gustaba conversar

Hay dos hechos que determinan la importancia de un escritor: por un lado, la resonancia de su obra en nuestro interior, más allá de que indican los expertos. Y, por otro, e igual de relevante, si sus textos resisten el paso del tiempo....

Ene 26, 2025 - 23:38
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El centenario de Martín Gaite, la escritora a la que le gustaba conversar

Hay dos hechos que determinan la importancia de un escritor: por un lado, la resonancia de su obra en nuestro interior, más allá de que indican los expertos. Y, por otro, e igual de relevante, si sus textos resisten el paso del tiempo.

Algunas novelas de Martín Gaite -Carmiña- poblaron las tardes de mi adolescencia y recuerdo con cordialidad y cariño tanto Lo raro es vivir como su famoso cuento Caperucita en Manhattan.

Impulsado por la conmemoración de su centenario, he vuelto recientemente a sus libros, provisto solo del entusiasmo del diletante. Y la aproximación no me ha defraudado; todo lo contrario.

La literatura española de posguerra, de la larga posguerra y el franquismo, no tiene nada de despreciable. Y no lo digo por motivos ideológicos. Lo afirmo porque tal vez, llevados por nuestros complejos carpetovetónicos, pensamos que debemos admirar a Faulkner, a Capote, a Boris Vian o Grass, mientras nos avergonzamos de los premios patrios. 

Pero en España se hizo buena literatura, no ajena a las corrientes estéticas y culturales de la época. ¿Acaso no tenemos aquí existencialismo y costumbrismo? Quienes ganaron las primeras ediciones del Premio Café Gijón o el prestigioso Nadal sabían mucha literatura y se habían formado frecuentando las modas parisinas o anglosajonas. 

Todas ellos, incluyendo a las mujeres de letras, elaboraron una obra que no tiene nada que envidiar a las de nuestro entorno, adaptando las nuevas sensibilidades a la idiosincrasia de este lado de los Pirineos. Y lo hicieron sin miopías políticas ni radicalismos.

Durante 2025 asistiremos a una actualización de las aportaciones de Martín Gaite. Mayorga ha puesto el Teatro La Abadía a los pies de la escritora y presenta ante el público la historia de la niña que se pierde por Nueva York, tratando de visitar a su abuela, así como El cuarto de atrás. Habrá que ver lo que sale cuando dos genios van de la mano. Algo fantástico, eso seguro.

La generación de Martín Gaite deseaba llevar la calle hasta el mismísimo centro de las novelas. Insistían en escribir libros que recogieran, como un magnetofón, lo que se hablaba en las plazas, los salones o los comedores. Ahí está El Jarama, obra de Ferlosio, con quien Carmiña estuvo casada un tiempo. Y ahí está Entre visillos, una narración casi testimonial que retrata con una fidelidad extrema la situación de las chicas casaderas de provincias. 

El título es significativo: alude, precisamente, a esa ubicación desde la que se puede presenciar, como si fuera la butaca de un salón de actos, lo que sucede ahí fuera. Martín Gaite deseaba que su libro sirviera como fuente histórica y al cabo de los años -la novela ganó el Nadal en 1957- las mujeres ya adultas se podían reconocer en las trayectorias de Julia, Mercedes o Elvira. 

Esa verosimilitud nos permite acudir a la obra de Martín Gaite para repasar la evolución de la mujer española, sin caer en feminismos destemplados ni utópicos. Hoy, cuando existe un debate bastante intenso entre quienes defiende con cabeza y sentido común a la mujer y quienes, por el contrario, quieren destruir hasta la propia posibilidad de lo femenino, es oportuno releer a la escritora salmantina. Su aportación resulta clave para saber lo que dificulta el camino de la emancipación y lo que contribuye a despejar las servidumbres.

Las mujeres de Martín Gaite son cultas, no tanto porque posean titulaciones académicas como por la convicción personal de que la lectura y la escritura son liberadoras. Así se nos presentan esas niñas o mujeres raras -como Natalia de Entre visillos o Sofía, la imaginativa y rebelde protagonista de Nubosidad variable-, independientes, que llevan su diario o buscan autocomprenderse, empleando para ello referencias inexcusablemente literarias. 

Martín Gaite vivió atada a dramas y desventuras; Miguel, su primer vástago, murió precozmente y más tarde se vio privada de su hija Marta, cuando la droga y la enfermedad se la llevaron un poco antes de cumplir los treinta años. Nada, sin embargo, nubló su actitud ante la vida y es preciso afirmar que para afrontar todo ese sinsabor insoportable empleó como bálsamo la literatura. 

Martín Gaite no militó en el bando de la mujer, sino que lo hizo en aquel que se centra en la defensa de la libertad individual. Por eso, la crítica a las costumbres de la época no tiene que ver con una animadversión general hacia lo romántico, sino que arraiga en la conciencia de que había empalizadas en aquel pasado que descafeinaban la voluntad individual. Y eso le resultaba inaceptable.

Esa pasión por la libertad se la inculcaron sus padres, de tendencias liberales, que la animaron a asistir a la universidad. Vivió libérrimamente, sin que eso quiera decir que acertara en todas las decisiones. ¿Quiénes somos nosotros para juzgarla? Con todo, lo que realmente despertaba su admiración era la vida de los demás, los intrincados caminos que toman, la interioridad que los guía o desorienta. De ahí que confesara que su principal afición era conversar con el prójimo

Sus libros no la desmienten. En este sentido, si hoy sigue resonando la voz y la escritura de Carmiña es porque nos ayudó a comprender el papel que desempeñaba la literatura a la hora de tender puentes con quienes nos rodean.

Vivimos enfrentados y enfadados, de morros, ensimismados en nuestros propios demonios. ¿Y sin retiramos los visillos y nos dejamos atrapar por la luz del día y la maravilla de otros rostros?