Futuro artificial

Billy venía enojado. Su esposa Grace se lo notó al momento. Llevaban 43 años casados. Y él, por mucho que lo intentase, nunca conseguía disimularle sus emociones. Ella esperó. Prefería darle tiempo. Sabía de sobra que no tardaría en arrancar....

Feb 4, 2025 - 15:09
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Futuro artificial

Billy venía enojado. Su esposa Grace se lo notó al momento. Llevaban 43 años casados. Y él, por mucho que lo intentase, nunca conseguía disimularle sus emociones. Ella esperó. Prefería darle tiempo. Sabía de sobra que no tardaría en arrancar. Como así fue. 

Enseguida soltó el motivo de su enfado. Tenía muchas ganas de hablar con su amigo Mark, pero le fue imposible. Probó en todas las cabinas telefónicas de la Residencia sin conseguir tono en ninguna. Cambió de estrategia. Llamaría a su mujer, Zoe, gran amiga de Grace. Volvió a aproximar su tarjeta al dispositivo e intentó marcar el número. Y otra vez lo mismo, la pantalla en blanco.

Su tarjeta tenía saldo, y las cabinas funcionaban, porque vio como otros internos pudieron llamar antes y después que él.

- Le pediré a Larry si me hace el favor de llamar en mi lugar, le dijo a Grace, y luego le pagaré el coste de la llamada. Es internacional y será cara. Espero que acepte.

- ¿Y cómo lo harás?, preguntó ella. Si hace años que ya no existe dinero metálico, y tampoco nos dejan utilizar el digital para pagar en lugar de otros, o transferirles fondos sin que el Sistema lo autorice previamente. Además, ya ha cerrado tu cupo de operaciones, y los gastos que tienes aprobados este mes te los notificaron el veintisiete del mes pasado, como hacen siempre.

- ¿Entonces…?, se preguntó desolado Billy.

- Pues tendremos que esperar a que alguien nos llame, dijo Grace. A mi hace meses que me retiraron la tarjeta, ya lo sabes.
Aunque allí disponían de todo, tenían unas ganas enormes de marcharse. Amigos suyos se habían ido unos años antes a países no tan avanzados, pero con buen clima y, sobre todo, disfrutaban viviendo a su aire. Les daban una envidia tremenda.

- ¡Debimos irnos cuando pudimos hacerlo!, protestó Billy.

- Mira, comentó Grace, ahora todo es diferente. Antes, tú mismo podías manejar cash a tu antojo. Pero recuerda lo que les pasó a nuestros colegas Steve y su mujer Jessi, a Serguei y Berry, a Joseph y Blair, Elon y Melody, entre otros. Estuvieron estupendamente los primeros años, pero luego les empezaron a restringir los apuntes bancarios y, consiguientemente, el movimiento de fondos. Después, les exigieron la residencia para poder cobrar sus pensiones. Y, cuando los países de destino empezaron a reclamar compensaciones por la atención sanitaria y a exigir convenios, que nuestro país no aceptó, no les quedó más remedio que regresar.

- ¡Uf!, espero al menos que la residencia donde los han ingresado no sea tan agobiante como esta, comentó Billy.

- A quienes les hemos perdido la pista es a aquellos antiguos compañeros tuyos, Eric y Robin, que eran tan simpáticos. Me hubiera alegrado que estuviesen aquí. Bueno, había más, y también muy agradables, pero ahora no me vienen sus nombres.

- Si, una pena, asintió Billy. Recuerdo que, en cierta ocasión, cuando estaban fuera, quisieron enviarle a alguno de sus hijos un pasaje de avión para que fueran a visitarles, pero el Sistema no les permitió gestionar el embarque en ninguna compañía aérea.

Quedaron pensativos y tristes imaginando el disgusto que se habrían llevado los padres, sumidos en un silencio que amplificaba el sonido de su lenta respiración,. 

De pronto, desde el pasillo llegaron voces de una discusión. Eran de la responsable de la asistencia social y de una de las internas. Alice y Barbara hablaban a voz en grito. Bárbara ya había reclamado anteriormente a la enfermera su medicina, quien se negó a dársela aduciendo que ya no la tenía pautada, y que no se trataba de un error ni de un olvido. A ella no le sirvió esta explicación y reclamó la presencia de la responsable. Alice acudió y le confirmó, mostrándole en la pantalla de plasma de su dispositivo móvil, que la tenía denegada y que no se le volvería a dispensar. El Sistema, en su revisión periódica de los historiales médicos, hábitos de alimentación, antecedentes de tabaquismo y de consumo de sustancias psicotrópicas, determinó que en adelante no procedía suministrarle dicha medicación. El informe adjunto, que justificaba la resolución, incorporaba el texto: “verificado y conforme, el seguro médico…”. Le seguía una firma. El típico código de dieciséis dígitos, compuesto de números y letras. 

- ¡Pues, me la dais igual! ¡La pago yo!, gritó como una histérica Bárbara.

- Te digo que no puede ser, respondió ya con tono de pocos amigos Alice. Aquí desde luego no, y dudo que la consigas en algún establecimiento fuera; y, “on line”, totalmente inviable. Ya debieras saber que todo se fabrica en función de la demanda previamente aprobada. No hay excedentes, y no se vende nada que no haya sido validado antes por el Sistema.

- ¡Ya lo veremos!, dijo desafiante Bárbara, que se volvió a su habitación dejando plantada a Alice, y zanjando su intervención con un sonoro portazo. 

- ¡Vaya!, no soy el único con problemas, acertó a decir Billy cuando se sobrepuso del susto.

- Ya ves, apostilló Grace. Yo no me quejo demasiado, porque nosotros, al menos de momento, seguimos en este pabellón. Aquí te dejan moverte por las instalaciones, y podemos valernos por nosotros mismos. No he vuelto a ver a nadie de los que han trasladado al pabellón norte. Dicen que el personal que lo atiende es tan atento que su trato podía calificarse hasta de dulce.

- A lo mejor es por eso que no quieren regresar al nuestro, apuntó Billy. No entiendo porque no nos dejan ir a visitarlo, ni por qué no nos ofrecen la opción de solicitar voluntariamente el cambio. Si fuese más caro, nosotros podríamos pagarlo. Aunque, en el fondo, no creo que ese sea el motivo, porque conocí a alguno de los que trasladaron allá que no tenía los posibles para pagar un dólar más.

- Pues tiene que ser un criterio de edad, de autonomía o de requerir cuidados especiales, continuó Grace. Todos eran mayores o estaban peor que nosotros.

Añoro cada vez más los tiempos de mis abuelos, cuando no tenían que abandonar sus casas para ingresar en centros como este. Sus hijos les atendían, o contrataban a alguien para que les ayudasen si ellos no podían. Incluso, se los llevaban a su propia casa para que viviesen en familia y no pasasen tanto tiempo solos. A veces me parece una verdadera ironía ver que nunca tuvimos tantas posibilidades y medios para comunicarnos, y que -simultáneamente- jamás haya habido tantas personas viviendo en soledad.

Recuerdo perfectamente cómo disfrutaba yo, siendo niña, con mi abuela; ¡cuántas historias me contaba! ¡qué platos ricos me preparaba, y con cuanto amor! ¡y cómo me defendía si me regañaban o querían castigarme por alguna trastada!… Siempre la vi con la sonrisa pintada en la cara, ¡y cómo brillaba su mirada cuando me veía! ¡Qué época aquélla, en que ni los achaques podían empañar su felicidad y su alegría! Y la mía, teniéndola allí, pudiendo acariciarla, darle un abrazo, ayudarle a poner sus zapatillas, llevarle su té y sus pastas, ¡esas que no faltasen!… ¡Cómo sentí cuando se fue, y cuánto la extrañé!

- Bueno, dijo Billy, eso ya pasó. Eran las familias tradicionales. Fueron quedando obsoletas. Ahora lo que se lleva es vivir en singular. Todo para uno, que también la vida es una. Nosotros no hemos tenido hijos, luego no tenemos nietos. Nuestros amigos con hijos tampoco son abuelos. Unos que no quieren , otros que no pueden… Los hijos se ven como una carga; los mayores somos otra; ¿casarse...?, con un pesado o pesada para toda la vida, ¡eso si que es anticuado y aburrido!, te dicen. ¿A casa de quién irían ahora los mayores? Si, aunque los hijos quisieran, no podrían, porque no hacen casas sino nichos. Parece como si, enterrada la familia, eso es todo lo que te queda, que para ti bien llega. Además, no paran en ningún lugar, los cambian de destino cada dos por tres, y ellos mismos bailan de trabajo cada poco. No conozco a ninguno que empiece y termine su vida laboral en la misma empresa. Francamente, así cómo se pueden estabilizar.

Además, los pobres, bastante tienen con salir adelante, con esos salarios insuficientes para llegar a fin de mes. ¡Y con familia ni te cuento!. Menos mal que el Sistema se lo complementa con la subvención. No tienen que hacer nada especial para recibirla, salvo limitarse a cumplir las prescripciones establecidas. 

- ¡Pero es que son tantas!, opuso Grace.

- Ya, pero no tienes que aprenderte ninguna. Sólo seguir las indicaciones de los Asistentes del Sistema, que hoy están implementadas en todos los hogares y equipos; sin desactivarlos, claro, cuando esa opción esté permitida. ¿Es tan difícil no anular el limitador de velocidad en tu coche, por ejemplo; o mantener activo el visor de retina; no desplazarte por espacios públicos fuera de las rutinas que tienes dadas de alta; dejar de plantar especies no tratadas genéticamente, en lugar de las que se auto reproducen, con tratamiento anti plagas, que generan nutrientes sin dejar residuos ni afectar al CO2; abandonar el ganado, aunque esté en libertad, para reforzar las explotaciones de larvas e insectos, que apenas dejan huella de carbono y tienen un alto contenido proteico; o desistir de una mascota real, cogiendo en su lugar una virtual, que ya viene programada y no come, ni “descome”; …? No es tanto problema. Es dejarse llevar. Así, encima de poder disfrutar de la subvención, al cumplir con todo evitas que te limiten desplazamientos en transporte público, la asistencia a eventos, hacer alguna compra extra no prevista como premio, recibir atención sanitaria no imprescindible, etc. Hay que ser idiota para no seguir a pies juntillas lo prescrito. ¡Si es imposible escapar a los detectores de reconocimiento facial y dactilar de los medios de transporte, de los que franquean el acceso a cualquier parte, y los de pago no digamos! El colmo de la insensatez lo detentan esos que tratan de salirse, en las Redes sociales, del ámbito de los Grupos en los que el Sistema ha clasificado su perfil. Los muy soberbios, en lugar de circunscribirse a los interlocutores permitidos, con los que pueden interactuar tranquilamente, en sintonía y sin discrepar, se dedican a confrontar con otros de opiniones diferentes, y no hacen más que generar crispación. Otros que tal bailan son los que soslayan las informaciones que el Buscador ha preparado para ellos, y van a rastrear subrepticiamente en otros no aprobados. ¡Si es que el Sistema ya te lo da todo mascado para que mantengas ese estado de bienestar y calma que genera! ¡Lo ha pensado expresamente para ti, para que nada te altere y puedas mantenerte feliz! De verdad que no los entiendo. No sé si son más arrogantes que desagradecidos.

- No te falta razón, hombre, no te enciendas, asintió Grace. Por cierto, hablando de hijos y nietos.  Hace una semana, el día que me tocó el turno de peluquería, hubo una conversación entre las que estábamos allí que me hizo pensar lo mío.

- No se si preocuparme, soltó con ironía Billy. Cada vez que te pones a revolver los sesos, a mi me acaba tocando algo.

- No seas bobo, repuso Grace. Esto es serio. Aquel no fue un parloteo más. Me hizo dudar si estamos manteniendo un comportamiento egoísta. Te resumo. Prácticamente todas, salvo matices, estaban de acuerdo con lo que nos dijeron en la última conferencia mensual sobre lo insolidario que resulta querer vivir de más. Decían que tampoco sus hijos entienden por qué sus padres se empeñan en seguir viviendo, cuando han llegado a una edad. Y, mucho menos, que reclamen cuidados paliativos sabiendo que su estado no tiene solución. Que es tirar el dinero. Y total para ver cómo se van deteriorando poco a poco.

Penny, la mujer de Larry, incluso llegó a decir que era mezquino por nuestra parte pretender alargar la vida. Además, con los adelantos de hoy, te puedes ir sin darte cuenta, sin dolor, e incluso disfrutando. También nos contó que a sus nietos en el cole les han explicado perfectamente que ésta es la “ética de la partida”. Les mandan hacer unos dibujos preciosos, (su nieto ganó el tercer premio), y elegir el que les gustaría dejar a sus abuelos y a sus papás para que los tengan cuando se vayan.  

Y aún hubo otra, Xia, una mujer extranjera, que presumió de que en su país hace tiempo que el Sistema calcula el saldo entre los ingresos que has aportado a lo largo de tu vida laboral y los gastos que generas después de finalizarla. Con antelación suficiente ya te van comunicando el plazo que le resta a tu autorización para poder disponer de tus fondos, y de tus cosas, antes de que el Sistema bloquee el acceso. Por otra parte, no puedes olvidar que los suministros al domicilio se gravarán con un aumento progresivo del coste; y que, en los casos más recalcitrantes, terminan con la suspensión total del servicio. Todo está pensado para forzar a los insolidarios que se resisten. Prefieren ignorar que sus herederos pueden beneficiarse, además, de una deducción importante en el pago del impuesto de sucesiones si no agotas dicho plazo y adelantas tu partida. Cuanto más la anticipes mayor beneficio para los tuyos.  

- ¿Y qué esperabas?, preguntó Billy.

- Ahora creo que empiezo a verlo más claro, respondió ella. Hubo un tiempo en que me parecía increíble que algo así pudiese llegar a suceder. Ni por asomo se me pasó por la cabeza que no sólo asumiría esto sin reparo, sino que lo defendería y postularía como lo deseable y lo mejor.

- No sólo nosotros, apuntilló Billy. Para la Inteligencia Artificial del Sistema, que tanto nos ha beneficiado y nos sigue ayudando, también es la solución ideal, desde todos los puntos de vista, empezando por el económico y siguiendo la optimización de los espacios y de los recursos, para terminar con una correcta gestión de los sentimientos.

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Lucía, que llevaba un buen rato en una agitada duermevela, dando vueltas en la cama, se despertó sobresaltada, sudando. Se incorporó y permaneció sentada, angustiada y con el pulso todavía alborotado. Un resoplido de alivio acompañó a su pensamiento: ¡menos mal que todo ha sido una pesadilla!.

No podía parar de recrear todo lo que había soñado. Intentó repetidamente descartar pensamientos pesimistas. Sin embargo, lejos de tranquilizarse, empezó a calar en ella una profunda preocupación. Dos pavorosas dudas le asaltaba una y otra vez: ¿aquello podría suceder en el futuro?; ¿su sueño, habrá sido una premonición?…

Quizá el detonante de sus disquisiciones fuesen los escritos de expertos en Inteligencia Artificial que había leído recientemente, como los del profesor Stigliano, doctor por Yale, catedrático de Bioingeniería, profesor de Ciencias de la Computación y consultor para la xIA de Elon Musk. En ellos se valoraban las ventajas del uso de la Inteligencia Artificial, pero a la par alertaban de peligros impredecibles. Decía este profesor que sólo unos pocos cientos de personas, la mayoría en los laboratorios de IA de Silicon Valley,  son verdaderamente conscientes del gigantesco tsunami que despertará al mundo sacudiendo los cimientos de la civilización. El progreso de la IA no se detendrá a nivel humano, sino que progresará y lo superará volviéndose infinitamente más inteligente y con una creatividad insospechada. Sus intenciones y designios serán inescrutables para nosotros. 

Aparecerá luego la superinteligencia, y el progreso ya no será exponencial, sino explosivo, con comportamientos novedosos y complicados, que seremos incapaces de comprender.   
No dejaban de retumbar en su cabeza las constantes advertencias que, a este respecto, formuló Geoffrey Hinton, premio nobel, abuelo de la IA, como se le conoce. Llega a decir que, “al final de la explosión de inteligencia, no tendremos ninguna esperanza de entender lo que están haciendo nuestros mil millones de superinteligencias, a menos que decidan explicarnos los rudimentos, como lo harían con un niño”.

Afirman hoy los especialistas que aún no disponen de la capacidad técnica para implementar restricciones básicas en la IA actual. Están trabajando en ello y piensan lograrlo, porque todavía pueden comprender y supervisar su comportamiento. Pero, que no hay garantía de que puedan hacerlo cuando llegue la superinteligencia.

En estas recapitulaciones estaba Lucía, cuando recordó la conversación que mantuvo con un amigo informático sobre si las máquinas se pueden rebelar contra las pautas y limitaciones fijadas por el programador. Su respuesta le dio escalofríos: “la pregunta importante no es esa, sino esta otra: ¿podrá el ser humano liberarse del dominio de las máquinas?”.

¡Señor!, ¿no será posible llegar a tiempo para impedir que los avances nos destruyan?, recuerda que le dijo angustiada. Tampoco olvidó su respuesta: “yo, cada vez que veo a alguien pagar aproximando un móvil, o que el carro registra tu compra y te hace directamente el cargo en la cuenta a través de tu teléfono inteligente, sin haber visto a la cajera por ninguna parte, me hago cargo de que hemos comenzado a recorrer el camino ancho, de no retorno, hacia una comodidad muy probablemente corrosiva. Pronto dejaremos de ver también al reponedor, al charcutero, etc., porque todo lo ejecutará un mecanismo inteligente”.

Se dio cuenta de que eso ya ocurre en los peajes de autopista, en el bus, en  los centros comerciales, … Y le preguntó de nuevo: ¿cuánto crees que tardarán en desparecer los transportistas, repartidores, el personal de limpieza, los profesores, y hasta los que curan y operan?. ¿Qué harán tantos humanos ociosos; qué hacer con ellos?, ¡por favor!. 

Los “currantes” desaparecerán más bien antes que después. Qué hacer con los desocupados, no tengo ni idea. Supongo que quienes propugnan que hay que empezar a reducir la población ya, tampoco lo tienen claro”, le había contestado.

Ella reconoció que en su fuero interno había asimilado el argumento de que la superpoblación era un problema, pues los recursos del planeta son limitados y, de no haber un control, se agotarían. Pero jamás imaginó que pudiese sobrar gente por no tener qué hacer. Es decir, que el excedente de personas no se deberá solo al agotamiento del planeta, sino a que serán legión los que haya que descartar por innecesarios.
A su mente vinieron imágenes de un nuevo Auschwitz, una especie de granjas de humanos, donados o retenidos por interés social, que eran  sometidos a estudios y experimentación biogenética, y al análisis de la química de su sistema nervioso central y su interacción con las ondas cerebrales. En laboratorios reforzados por superinteligencias, trataban de lograr la hibridación hombre-máquina superinteligente para, de este modo, dar a luz un nuevo ente, dotado de superinteligencia y de conciencia.   

Se revolvió consigo misma y dijo, con más esperanza que convicción, ¡eso no puede pasar!, la humanidad siempre ha superado las crisis. Algo harán.

Le costó decidirse a comentar esta sombría idea con su amigo. Luego de compartirla, se asombró al comprobar que no le había sorprendido en absoluto. Y, lo que terminó por espantarla fue el comentario que le hizo después: “¿Alguna vez en la historia de la humanidad dejó de haber interés en los poderosos por el dominio y el control de la población?. ¿A qué crees que se deben tantas prisas por llegar primero a dominar el mundo de la IA? ¿De verdad piensas que, a los propietarios y responsables de las principales Compañías que la desarrollan, les mueve la caridad? Desde luego, la filantropía de la que a veces hacen gala no tiene nada que ver con lo que entendemos por caridad los cristianos. Por cierto, si indagas un poquito, verás  que no hay ni un sólo cristiano entre ellos. Varios son agnósticos o arreligiosos”
A ella, que era cristiana, esa ausencia inexplicable le impactó fuertemente. Y ese futuro tan “inteligente”, le provocó un desasosiego que fue adquiriendo tintes de zozobra y ansiedad. La ausencia de criterios cristianos, en un desarrollo con tanta trascendencia para la persona, no auguraba nada bueno, pensó.

Entonces recordó un aforismo que venía a reforzar ese pensamiento. Era de los que tenía guardados en su libretilla de “frases para no olvidar”. Procedía de un poeta y filósofo Bengalí, que admiraba. Fue el menor de catorce hijos. Obtuvo el premio Nobel de literatura. No era cristiano, pero si creyente, Rabindranath Tagore. Dice así: 

Una inteligencia toda lógica es como un cuchillo hoja sola que hiere la mano de su dueño”.

Aunque apeló a su optimismo existencial, éste le dio la espalda y le mostró la realidad desnuda. Que, transcrita a modo de sentencia, podría expresarse así: “Esta vez, la hemorragia, que provocará semejante tajo a la humanidad, va a ser prácticamente imposible de parar”. 

              

                                    Francisco Javier Lage Ferrón

2/02/2025