El bar como medicina

¿Se imaginan que el médico recetara ‘bajar al bar’ en lugar de pastillas? Es lo que han hecho en el pueblo catalán de Sant Joan de Vilatorrada con cincuenta vecinos de entre 40 y 90 años que presentaban signos de depresión u otras patologías asociadas a la soledad. Durante cuatro meses los participantes en el experimento han almorzado –acompañados– varias veces por semana en un restaurante del pueblo un menú compuesto por recetas saludables. Los resultados han sido francamente esperanzadores, no solo desde el punto de vista nutricional –las personas que viven y comen solas sufren  un mayor riesgo de malnutrición–, sino sobre todo por la palpable mejoría en su salud mental.

La idea parte de la fundación Alicia, que la ha bautizado como proyecto SALSA –Salud, Alimentación y Sociabilidad– y hace unos días se presentó en el escenario Dreams de Madrid Fusión. “Mucha gente mayor se acerca al ambulatorio para hablar con alguien, si sustituimos esa visita al médico por salir a comer fuera, se abren nuevos caminos de socialización y ayudamos a tejer nuevas redes para paliar la soledad”, explicaba la enfermera e investigadora Anna Ramírez en una mesa redonda en la que también participaron el antropólogo y presidente de la Fundación Restaurantes Sostenibles, Sergio Gil y el secretario general de Hostelería de España, Emilio Gallego.

Se habló también del papel que un bar con la luz encendida juega en la buena salud de las comunidades, especialmente en entornos rurales o barrios de la periferia urbana. Es punto de encuentro, centro de servicios públicos o incluso agora política, como explicó Sergio Gil al contar la experiencia de un pueblo del norte de Castellón donde, tras el cierre del último bar, los vecinos habían acabado enzarzados en un conflicto que ahogaba la convivencia. “Si no existe ese ágora que a efectos prácticos es el bar ¿exite comunidad?”, se preguntaba el antropólogo.

Tanto es así que, en casos muy concretos donde su supervivencia comporte evidentes beneficios para la comunidad, algunas administraciones están equiparando a nivel fiscal a los negocios rurales con las ONGs. Parece una ocurrencia, pero bien pensado, saldría más barato que atiborrar a los pacientes a pastillas.